Los ideales sólo existen en el pensamiento, son una especie de intangibles muy personales que en bastantes casos suelen exhibirse o exigir como condición principal a la hora de establecer una conversación o hablar de un proyecto personal o político, lo que es bueno y malo al mismo tiempo, bueno para esas esperanzadoras y necesarias aspiraciones que van más allá del día a día más duro, haciéndolo llevadero y menos doloroso, y malo cuando, como cáscaras, sólo sirven para envolver o sostener alguna parafernalia imposible habitualmente usada para lustrar algún que otro proyecto, también político, sin mucho fondo o simplemente ilusorio. Tampoco son del todo convenientes cuando se tratan de imponer como única condición para un posible entendimiento -error monumental-, puesto que en cualquier acto de entendimiento o acercamiento entre dos o más personas debería primar el interés por hacerse entender, colaborar y/o compartir, en lugar de la mera pretensión de acomodarse uno mismo en el centro con el único objetivo de martirizar y hacer huir al otro u otros hastiados ante otra avalancha de caprichos, manías y arbitrariedades imposible de detener. Se nos olvida con demasiada frecuencia que todo ese arsenal de esperanzas, ideales, creencias, prejuicios, odios, resentimientos y también frustraciones es algo bastante personal y difícilmente transferible, por lo que deberíamos tener un poco de cuidado, si es que nos interesa convivir con el vecino, y dejarlo a un lado muchas más veces de las que solemos hacerlo.
Y digo esto porque no hay nada más frustrante que intentar hablar con gente que antepone los ideales -tal que particulares altarcitos abarrotados de sutiles o groseras soluciones para todo que cada cual reverencia en muchos casos sin preguntarse por qué- a la mera razón o los simples entendimiento y colaboración -de esos otros a los que el reloj se les detuvo en la rudimentaria prehistoria de la familia y los amigos como lo único fiable prefiero no hablar en este momento. Y cuando la conversación deriva, como suele ser habitual, hacia el terreno de la política aquello ya es un problema serio; entonces, lo que podía ser una plática razonable y civilizada se transforma en una serie de imposiciones afectivas, sentimentales, malévolas o simplemente irracionales que hacen imposible cualquier discernimiento o cooperación, para finalmente dar por concluido lo que nunca existió con el consabido y limitado cada cual a lo suyo. Desgraciadamente la única forma de resolver los asuntos públicos en cualquier parte de este mundo es mediante la política, algo que mucha gente se resiste a aceptar y permitir por ignorancia o simple estupidez. Y como para muestra basta un botón ¿imaginan cuáles son los ideales de una población y una clase política, las de este país, capaces de permitir que siga gobernando un partido político del que todo el mundo sabe que se ha enriquecido y financiado -es un decir- mediante la corrupción?