Más de lo mismo

Que una ciudad como Barcelona tenga que sufrir situaciones como la de las mujeres agredidas por apoyar a la selección española de fútbol -por un grupo de cachorros descerebrados que todavía no han salido del cascarón y ya destilan odio y resentimiento hacia quienes no hacen lo que ellos; pensar les viene grande- mientras unos dirigentes locales y autonómicos, de miras bastante cortas y más bien provincianas, hacen la vista gorda al tiempo que siguen en su empecinamiento de manipular a una población a primera vista democráticamente semianalfabeta e intentan vender en medio mundo un rudimentario y tribal derecho a decidir que ellos mismos son incapaces de respetar con quienes no piensan según el horizonte de sus anteojeras, es para preocuparse. Más, también es preocupante que ante unas nuevas elecciones generales los grupos que se dicen de izquierdas sean incapaces de ofrecer a los ciudadanos un programa de convivencia común y prefieran, de forma rastrera y zalamera, arrodillarse ante los nacionalismos intolerantes y xenófobos que parasitan el precario sistema democrático de este país -o lo que es lo mismo, ofrecerles bajo cuerda un cheque en blanco-, más preocupados de sus propias cuotas de poder que de las posibles mejoras sociales para la totalidad de la población; lo que significa que por aquí las cosas siguen como siempre, estamos en España y Europa todavía queda lejísimos.

Podría seguir diciendo más pero sería repetirme; por eso voy a echar mano de un párrafo de Tzvetan Todorov, de su estupendo y recomendable libro El miedo a los bárbaros:

En consecuencia, los europeos de mañana serán no aquellos que compartan la misma memoria, sino aquellos que sepan reconocer en el “silencio de las pasiones”, como decía Diderot, y por lo tanto con fervor, que la memoria del vecino es tan legítima como la suya. Confrontando su versión del pasado con la de sus antiguos enemigos descubrirán que su pueblo no siempre ha representado los cómodos papeles de héroe o de víctima, y así escaparán de la tentación maniquea de ver bien y mal repartidos a ambos lados de una frontera, el primero identificado con “nosotros”, y el segundo con los otros; y también de la más general de reducir el pasado a categorías morales muy amplias, como “bien” y “mal”, como si fuera posible encerrar la experiencia múltiple y compleja de millones de hombre durante siglos.

No tiene el menor mérito preferir el bien al mal cuando es uno mismo quien define el sentido de ambos términos.

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