Vargas y la muerte

Andaba con las páginas finales de la última novela del egregio señor Vargas Llosa -otra nueva decepción para una pluma de sus bemoles-, en el preciso momento en el que el autor, ya sin fuelle para salvar el previsible descenso de la obra, se deja ir en un ejercicio literario más bien blandito finalizado antes de tiempo por incomparecencia creativa, con poco nervio y una fijeza por intentar saldar una cuenta pendiente de muchos años con el señor Fujimori y sus secuaces -antiguo oponente de un escritor que creyó tocar el cielo de la política hasta que unas vulgares elecciones le arrebataron su previsible gloria para dársela al infausto “chino”-, cuando la vi tirada en medio de la vía, mejor dicho, no podía ser femenino lo que tan sólo era ya un cadáver, los restos de una extinta mujer de mediana edad vestida de entretiempo que, a saber por quién o por qué, había decidido quitarse la vida de forma tan brutal. El cuerpo se mostraba intacto al sol del mediodía, a excepción del enorme hueco que abría la parte frontal de su cabeza, ahora completamente vacía. Mandé al señor Llosa y sus ricos hacendados jugando a adultos modernos de tan escaso interés dónde debía e intenté regresar a la vía, al sol del mediodía, a las personas que, a la espera de algún juez que diera la orden de levantar el cadáver, aguardaban quizás con hambre y cansancio por tener que estar en aquel lugar a aquellas horas.

Qué bien se deja pintar la muerte en una novela y qué mal pinta en la vida real; cuánta literatura puede inventarse alrededor de un cadáver de papel y qué vacío e indefenso te deja un cadáver real. Cuántas ínfulas de vivos para acabar feneciendo como una incómoda molestia para los demás, cuántos sueños, errores, fracasos y decepciones pueden llevar a una persona a ponerse delante de un tren sin futuro en un mundo en el que algunos, emborrachados de éxito, son incapaces de ver que su tiempo ya tocó a su fin y sólo les queda disfrutar, pero persisten en aburrir a sus semejantes.

Presiento que la fría imagen del cadáver al sol permanecerá bastante tiempo en mi memoria, la novela del señor Vargas ni siquiera me vale como historia.

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