Ahora que tan de moda están las cuestiones relacionadas con el progreso y las ofertas progresistas uno no puede dejar pasar la tentación, como no podía ser de otro modo, de detenerse en esos tipos que un día sí y otro también rellenan sus discursos con unos esperanzadores e indefinidos objetivos de progreso, una profusión que ya huele e incluso se está convirtiendo en sospechosa, amén de cansar por reiterativa y vacía, porque hablar progreso o autoproclamarse progresista también es como no decir nada.
Si decir progresista es decir ideas avanzadas no es decir mucho, tan sólo buenas palabras, en primer lugar porque nunca se dice cuales o hacia dónde, de qué modo y a costa de qué o quienes, sobre todo por miedo a defraudar a aquellos mal habituados a lo concreto, ya un poco hartos de quienes se llenan la boca de futuro y esperanzas para luego, cuando toca hacer, abrasarse en la realidad y justificar su inoperancia con el manido argumento de que las circunstancias no dejaban hacer otra cosa o no hubo tiempo para ello; porque, y tal vez sea mucho suponer, cuando unos predican progreso el resto entiende que se está hablando de la misma sociedad en la que unos y otros vivimos.
Progreso también es el simple paso del tiempo tal y como el hombre lo ha elegido y programado, un tiempo que toca rellenar de contenidos y proyectos concretos, no de obviedades generalistas que nada aportan y a ningún sitio conducen. Supuesto el presente es el que tenemos -lo que hay- y es sobre ese haber común sobre el cual deberíamos entendernos por principio a la hora de hablar, todo lo que no sea concretar a partir de ello es marear la perdiz.
Igual que un católico progresa en su vida terrenal en su anhelada aspiración hacia su definitivo descanso final a la derecha de Dios Padre, luego, en principio sabe lo que quiere -morir para descansar feliz en el cielo después de dejar esta inclemencia estúpida que es la vida en la tierra-, el progresista -como buen católico reconvertido- también pretende vender un etéreo final de largo alcance, el principal inconveniente es que el cielo del progresista se halla en este valle de lágrimas -algo sobre lo que no hay nada que objetar-, pero este paraíso ya existe y está ocupado por más de un Dios, por lo tanto las opciones para modificarlo serán difíciles, no todas posibles y no por todos compartidas. Pero eso ya lo sabíamos ¿o no?