Cuando se es joven el atuendo suele ser una forma de manifestarse y en cierto modo enfrentarse a los adultos, a un mundo que todavía no entiendes, no compartes o simplemente te resbala, un mundo al que generalmente no se pertenece y en muchos casos ni se quiere porque entonces se sueña con hacer de la vida lo que uno quiera. Luego, con el paso de los años, llegas a entender que la cuestión del vestido no era en realidad tan importante, que lo importante está en la cabeza, y si la de uno todavía sigue medianamente amueblada dejas la estética de la moda para otros menesteres y situaciones o para otros más preocupados por el aspecto como única manera de ser en el mundo.
Pero esto no quiere decir que el aspecto exterior pase de la noche a la mañana a un segundo plano, si uno recibió una educación más o menos normal entonces le enseñaron que cada situación o acontecimiento de la vida en común requiere y en algún modo exige un atuendo adecuado o correcto a la hora de presentarse o asistir a aquel, sobre todo, y eso es lo verdaderamente importante y algo que a mucha gente se le escapa, por respeto a los demás. A fin de cuentas las relaciones sociales son uno de los pilares de esta y todas las sociedades, es más, diría que son uno de los pocos aspectos de las sociedades humanas en los que el hombre se obliga a los demás aceptando una serie de convenciones que, sin restarle importancia al individuo, sin embargo sirven para engrasar las relaciones de convivencia sin que necesariamente salten chispas por simple contacto. Uno mismo podrá elegir los actos y celebraciones a los que asistir y si se decide por llamar la atención o pasar desapercibido; a otros, en cambio, les gustará acicalarse y mostrarse cuanto más hermosos mejor porque consideran que la situación les merece la pena o simplemente les es mucho más agradable o propicia. Son cuestiones que tienen que ver con el carácter y la personalidad de cada cual.
Todo esto viene a cuento de esos looks simples, austeros, cutres, horribles, menos formales, desafiantes, precarios, menesterosos, reivindicativos -no sé de qué-, solidarios, vulgares, informales… -en fin, llámenlos como deseen- que ciertos grupos políticos, tal que tribus urbanas de jóvenes desarraigados o marginados, se imponen a sí mismos quizás pretendiendo con ello reivindicar ciertas condiciones tribales, sociales o económicas; manifestaciones de un simbolismo básico y bastante primitivo que, supongo, nada tengan que ver con las capacidades intelectuales de sus hipotéticos seguidores. Creo que este empeño por hacer del aspecto personal una cuestión básica de referencia política falsamente reivindicativa me parece una solemne tomadura de pelo. El vestuario, siendo, no es el principal ni único referente de las personas ni debería hacerse de ello una bandera, suena bastante tosco y tendencioso, amén de manipulable, y esconde muchas más cosas de las que un primer vistazo deja entrever; un disfraz para atraer a incautos poco dados a la reflexión y más propensos al irracional conmigo o contra mí. Vamos a dejarnos de simbologías básicas e infantiles pretenciosamente modernas, de atuendos engañosos y sin fundamento, sobre todo por respeto a los demás. Unos y otros nos merecemos más, además, siempre habrá desfiles de “moda casual” para gente sin otro interés que disfrazar sus mentiras adornándose de grises.