Después de ver otra de las innumerables películas en la que alguno de sus personajes exclama abatido aquello tan manido de “son sólo unos niños” mientras llora a unas nuevas víctimas de ficción escogidas entre uno de los grupos sociales más perjudicados de la historia, vuelvo a sentirme incómodo, cansado de la misma propaganda y harto del uso interesado que suele hacerse de esa parte de la sociedad. Los niños, menores y/o adolescentes, suelen regresar diligentemente para lo que haga falta. Violentamente relegados por el poder más cruel a un papel menor que obvia y usa a su conveniencia sus particulares circunstancias, o las manipula y tergiversa para confundirlos y confundir al resto de la población, siempre vienen a pedir de boca para aquellos que, parapetados tras unas supuestas denuncias o evidencias, pretenden dar una cierta consistencia de veracidad a sus devaneos cinematográficos o publicitaros, disponiendo de su presencia y sufrimiento en el centro de una historia cualquiera y buscando en última instancia la enésima aflicción en un espectador que, como buen y experimentado adulto, sabrá encajarla con sabia resignación o dolorosa indiferencia para hundirse aún más en su personal impotencia de cero a la izquierda. Corresponde al lector, oyente o espectador de turno, como depositario final, caer rendido, triste y pensativo ante la sangrante prueba que le acaban de poner delante de sus mismas narices, nuevamente; aunque los hay que se jactan de su decencia y dureza de experto ufanándose en mostrar un corazón de piedra ante lo que ellos, iluminados, ven con aguda e inútil sabiduría como una forma más de engaño por parte del enemigo invisible, ese poder y su capacidad de manipulación que nadie conoce personalmente y todos entienden y comprenden a la perfección.
Ya hemos asumido de antemano que esos niños seguirán siendo unos de los trágicos protagonistas de nuestro descastado presente, traídos y llevados a capricho por cualquiera con visión publicitaria o ínfulas artísticas. Siempre los niños y el repetido sufrimiento de quienes parecen existir en este mundo como permanente moneda de cambio, proyectos de adultos que nunca serán y que nos empeñamos en parir y parir a sabiendas de que jamás podremos ofrecerles la vida que se merecen, cualquiera con un poco de dignidad y un mínimo horizonte de felicidad al que añadir el permanente agradecimiento por nuestra parte porque ellos nunca pidieron ver el sol.
Pero no es hora de pontificar ni de intentar convencer a nadie que no quiera, como ya está bien de renovar como pánfilos esa bastarda esperanza en una humanidad de inexplicable presente y complicado futuro. Las cosas no deberían ser así, por mucho que más de uno o muchos argumenten que si no fuera por esos ejemplos y revelaciones seríamos aún peores. No lo creo, el uso indiscriminado de los niños como pretexto no nos ha hecho ni nos va a hacer mejores, simplemente cambiamos de tema.