Notas a Decidir

Entonces ¿qué piensa la gente de la calle sobre la moda del verbo decidir? ¿cualquier adulto de este país tiene una opinión acerca de lo que sucede a su alrededor? Además, una vez que alguien se lanza a decidir ¿dónde está el límite? ¿tiene derecho, por ejemplo, una población a decidir a qué organización política mayor o superior prefiere pertenecer? ¿Quién se lo va a prohibir? ¿El evidente silencio que se huele en la calle significa que esto no nos debe afectar? Supongo que todo el mundo sabe que de seguir adelante el caso catalán y sus más que posibles derivaciones regionales nuestras vidas cambiarían drásticamente, y me temo que a peor. ¿Por qué nadie dice que el país que actualmente tenemos lo hemos construido entre todos, que entre nosotros hay más cosas en común que diferencias, que un grupo más numeroso y cohesionado tiene más opciones para compartir, cooperar y prosperar, de lograr mayor estabilidad en el presente y un futuro más prometedor y que es actuar de mala fe intentar dejar el barco cuando las cosas van económicamente mal?

Nunca será una buena idea convertir el país en otra ex-Yugoslavia, un grupo de pequeñas naciones permanentemente enfrentadas e irrelevantes a nivel internacional.

Que un gobierno muerto como el actual solo disponga de un rancio nacional-catolicismo igual de cateto para hacer frente a la moda del derecho a decidir no significa que cada cual no intente y pueda defender el valor del trabajo en común para conseguir más para un mayor número de ciudadanos, que es lo que en definitiva somos todos. Que estos parroquialismos del siglo XIX -perdón por la grosería, el término políticamente correcto sería “las diferentes sensibilidades nacionales»- dejen a la mayoría de la ciudadanía muda y sin respuestas, como si la cosa no fuera con ella, es más vergonzante que triste. Sobre todo cuando la cuestión de fondo se limita a intentar hacer prevalecer lo mío a costa de lo del vecino mediante la incongruente ostentación de anticuados tribalismos que nada tienen que hacer frente a los auténticos poderes de este siglo XXI.

¿Por qué nuestros políticos tienen unos horizontes tan limitados? ¿Por qué no son capaces de defender con claridad un único proyecto común y dejar a un lado definitivamente esas anacrónicas mezquindades de otros tiempos? Aunque temo que probablemente me he vuelto a equivocar, pues vivo en un país de profesionales cualificados y económicamente independientes a los que les importa un bledo a qué hacienda defraudar los impuestos. ¿Dónde podría irme?

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario