Que tantas personas hablen o utilicen últimamente en sus conversaciones el verbo decidir, ponderen sobre sus excelencias o lo exijan como principio sin saber muy bien de dónde proviene tal moda no es fruto de la casualidad ni algo que impongan los tiempos.
En nuestras vidas estamos continuamente habituados y exigidos a decidir, por acción u omisión, sin andar instalándonos en un periodo reflexivo especial ni obligados a crear un punto y aparte antes de cada asentimiento o negación a lo por venir; el mundo que tenemos lo venimos haciendo diariamente entre todos con nuestras propias decisiones, es lo que queremos y está ahí, a la vista, luego no podemos redescubrir como novedosa o ineludible una actividad que ya es cotidiana. La cantinela en la que viene envuelto el verbo decidir obedece a una campaña que persigue unos propósitos específicos a costa de la aparente neutralidad del mismo verbo. La naturaleza de tal manipulación y el objetivo final, que no deja de ser una imposición interesada y partidista, lo verá quien quiera verlo.
Es como aquella pregunta estúpida y malintencionada que se les hace a los niños, ¿a quién quieres más, a tu papá o a tu mamá? Y el chaval se ve de pronto metido en un berenjenal del que no sabe muy bien cómo salir porque nunca antes ha necesitado preguntárselo; porque el amor a sus padres es una realidad con la que vive, demostrada día a día con sus actos y su relación con ellos. Un amor repleto de hechos que no necesita de una recapitulación ni de una pregunta tan inútil como perversa. La cuestión es quién y para qué se conciben tales preguntas-trampa, preguntas que no tienen nada de imparciales ni de ingenuas.
Uno mismo sabe de sus filiaciones y sentimientos en la práctica diaria, los muestra con sus actos, como también sabe de sus diferencias tal y como todos sabemos diferenciar entre el amor a un hijo y el amor a tu pareja sin necesidad de que venga nadie a imponernos un antes y un después o a juzgarnos por su pureza y conveniencia, o nos obligue a decidir cuál es mejor.
Entonces, qué contestarían si nos conminaran a elegir una de estas tres respuestas: ¿En caso de necesidad a quién mataría antes, a su padre, a su madre o, no sabe no contesta? Probablemente la mayoría de las personas, al tener que decidirse inevitablemente por una opción, se decantarían por la tercera, lo que en cierto modo los convierte en unos estúpidos que simplemente no saben. Cuando la opción correcta tal vez fuera la de eliminar al tipo o tipos que conciben tales estratagemas de manipulación pública haciéndolas pasar como normales e inocentes.
En este caso el fin perseguido está antes que la propia palabra, luego no existe tal imparcialidad o legalidad, sino la exigencia de una imposición torticera disfrazada de ingenua y casta caperucita.