Hay una película bastante antigua -de la que ahora mismo no recuerdo el nombre, sólo que era en blanco y negro- en la que el protagonista inventa un tejido que nunca se manchaba, ni se desgarraba o deshacía, con lo cual uno podía mostrar el mismo traje igual de reluciente que el primer día, sin preocuparse por los lamparones o las arrugas. Se acababa tener que gastar en ropa, con lo que ese dinero podía dedicarse a otros menesteres con la seguridad añadida de poder ir siempre de punta en blanco. Pero la felicidad nunca es completa y desgraciadamente suele ser normal que la población actúe contra sus propios intereses; así, en la película la gente comienza a perseguir al inventor porque con su tejido indestructible enviaría al paro a todos los trabajadores que vivían de la fabricación y confección de vestiduras. No había en la película nada de modas, exclusividad o últimas tendencias. Al final, creo que para contentar tanto al público ficticio como al real, el guión se saca de la manga un giro providencial haciendo que el tejido culpable tenga un único fallo, a partir de no sé qué motivo se deterioraba por sí sólo quedando inservible. Vuelta a la cruda y familiar realidad y fin de la historia.
Hoy, en cambio, sucede todo lo contrario, se fabrica ropa a tal velocidad que no da tiempo a gastarla, tampoco es que importe, incluso puede ser un fastidio; es lo que tiene el consumo, que nos hace creer que cada mañana cambiamos de cara y aspecto, pero lo que hacemos es limpiarnos las legañas, porque la percha sigue siendo la misma, con idénticas rémoras y achaques. Este frenesí consumista hará que ya no sean necesarios los socorridos “fondos de armario” a los que acudir para salir del paso, tampoco harán falta armarios porque la ropa no llegará a estropearse, será de usar y tirar -si no lo es ya- y viviremos siempre de estreno, el mismo y aburrido cuerpo cubierto de telas cada vez de menor calidad, mal cortadas y peor cosidas; es lo que tiene el brillo, que te ciega sin dejarte ver de donde proviene y acabas confundiendo y confundido, pero al menos no desnudo. También lo tienen crudo los fabricantes de armarios, ya no serán necesarios esos armatostes porque no habrá necesidad de guardar o conservar nada que nos guste o apetezca porque no nos dará tiempo a apreciarlo, podremos cambiarlo a las pocas semanas.
Es lo que tienen y el objetivo de esas macrotiendas de moda, vaciar y renovar por completo las estanterías cada pocas semanas, un suculento negocio en el que suelen confundirse moda y tendencias con manipulación -perdón por la palabrita, ¡con lo inteligentes que somos!- Frente a ellas todavía subsisten y progresan los sastres de toda la vida, esos que cobran más de cinco mil euros por un terno a medida; pero esa es otra historia que ahora no viene a cuento. ¡Y qué más da! ¿no pretenderán enmendar el emocionante mundo que se nos viene encima y acabar vistiendo siempre la misma ropa? si hasta el jersey de los vendedores de verdura -léase chándal- disfruta de las emocionantes tendencias de la moda? No hay tiempo que perder porque la siguiente renovación está a la vuelta de la esquina.