Mandos Intermedios

En cualquier empresa u organización laboral, ya sea un Ministerio o una fábrica de automóviles, hay infinidad de puestos de trabajo, desde una cabeza visible o consejo directivo –o, directamente, el jefe- hasta un último eslabón o peón, conserje o limpiador ordenando el entramado productivo. Pues bien, en todo organigrama existen unos destinos y colocaciones que comúnmente suelen denominarse cargos o, con más enjundia aún, mandos intermedios; situaciones y lugares ocupados por tipos con algo de poder siempre supeditados a una voz superior que les diga o dirija a golpes de mando o con un simple movimiento de cabeza. En función de estos aquellos hacen y deshacen, o sueñan con ello, a su antojo, eso sí, siempre sobre o contra los que se encuentran en situación y puestos inferiores, cuando no directamente dependientes.

Estos tipos valoran el puesto de trabajo en función del poder que se les concede y no de la importancia de las decisiones que han de tomar, porque casi nunca saben, pueden o son capaces de tomarlas, mucho menos si se trata de resoluciones importantes o trascendentales para el funcionamiento de la empresa; sus tareas suelen ser más bien de orden interno y en la mayoría de las ocasiones tienen que ver con el trabajo sucio, según las altas instancias necesario, con el que no es conveniente mancharse o ser visto; siempre es mejor que las futuras o posibles víctimas desvíen su atención y carguen contra una cabeza visible colocada para ello antes que enfrentarse directamente a los causantes de sus males. Porque, por mucho que el perjudicado llegue a imaginar, no ver directamente la cara de tu enemigo obliga a disparar con balas de fogueo. Siempre será mejor situar en primera línea, a cambio de pequeñas e inoperantes atribuciones, a algún pagano que, ensoberbecido por sus atribuciones, se dedique con fervoroso ímpetu a dar sablazos a un lado y a otro espoleado por palmadas en el hombro y sonrisas piadosas esbozadas o insinuadas. Más, al fiel y servil escudero no hay que darle las cosas masticadas, ya pondrá él de su parte y se partirá la cara con quien fuere por una miserable invitación a las estancias del poder superior -esto me recuerda a un ex futbolista algo cateto que se refiere de ese modo a su jefe.

Provenientes en su mayoría de los niveles inferiores o introducidos por la puerta de atrás en la empresa estos tipos se expresan y mueven con fogosidad y violencia, haciendo de cada gesto o acto una cuestión de vida o muerte. Ordenan y exigen como si les fuera la vida en ello, con drástica premura ignorante de los tempos, respeto y matices siempre aconsejables en el trato entre personas, también con “inferiores”. Son individuos capaces de un servilismo rastrero y agradecido con su supuesto benefactor porque suelen creer que su canonjía significa haber dejado atrás a la chusma, entre ella a antiguos compañeros más torpes o menos espabilados que, sospechan, ahora les miran con envidia y resentimiento. Ellos están ahí, con un cargo al fin importante, y no deben cejar en su celo y mando porque eso podría significar que otro, con más cara y los mismos o menos escrúpulos, le podría mover la silla. Y suelen olvidar que su puesto es temporal e irrelevante, que en el fondo son otros estómagos agradecidos y que, a falta de méritos propios -por eso fueron elegidos- y finalizado su trabajo serán en su momento condenados al último y oscuro despacho o enviados directamente a la calle cuando a sus valedores les dé la gana.

Hay un dicho o refrán -no me gustan ni los dichos ni los refranes, y probablemente sea por la sabiduría gratuita que ponen en ellos perezosos y negligentes- que más o menos viene a decir… nunca debas a quien debió ni sirvas a quién sirvió; ¿por qué? Creo que no hace falta mucha imaginación para entenderlo, o si, según. Debería suceder que quienes tuvieron que pasar por trámites semejantes y enfrentarse a desaprensivos sin escrúpulos a lo largo de su vida hubieran aprendido lo que significa tener que digerir esos malos tragos y, una vez mejorada su suerte, dedicaran parte de su tiempo a fomentar el respeto mutuo dando facilidades a los demás y apostando su esfuerzo por una convivencia feliz en la que no volvieran a repetirse sus desgraciadas circunstancias. Pero me temo que para una gran mayoría las cosas no se entienden de ese modo, sobre todo en el caso de los mandos intermedios, porque éstos acaban creyendo que ha llegado su oportunidad para aprovecharse de la situación y, tal y como otros muchos hicieron antes, harán todo lo posible por ponerle las cosas más difíciles a los que vienen por detrás, no sea que alguno ose aspirar a su puesto; como suelen decir estos mismos, los que vengan detrás que arreen. Sabiduría popular, que dicen.

 

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