Atavismos (2)

A día de hoy todavía sigue siendo una afirmación aceptada que el aporte de proteínas animales que procuró la caza fue fundamental en el desarrollo cerebral de nuestros antepasados, es decir, de nuestro cerebro. La caza, pues, se convirtió en una actividad vital para el crecimiento y desarrollo de los primeros grupos humanos, su estabilidad y con ella la posibilidad de dedicarse a otros quehaceres no directamente relacionados con la búsqueda de alimento. También llegaría -el exacto orden cronológico no es en este caso importante- la posibilidad de su conservación y almacenamiento junto con la domesticación de ciertos animales que en lo sucesivo evitarían las incertidumbres de la propia caza. Además, el aprendizaje y proliferación de los métodos agrícolas facilitaron la constitución de grupos cada vez mayores en lugares permanentes, lo que también hizo aumentar el número de personas que, sin dedicaciones básicas obligatorias, podían emplear su tiempo en otros menesteres. A grandes rasgos, un proceso de desarrollo exponencial que llega hasta nuestros días. Quizás hoy todavía existan pequeños grupos humanos en los que la caza preside el día a día, además de las relaciones sociales, una caza depredadora dependiente e integrada en el hábitat. Esta caza será una actividad más que prospera en el interior de un nicho ecológico en el que el hombre cumple la función de depredador último; un ecosistema natural sustancialmente diferente de la cultura exclusivamente humana fruto de la evolución.

Con el paso de los años la caza se iría convirtiendo en una actividad paralela más o menos ociosa que entretenía a grupos y/o clases sociales con tiempo y medios para su práctica. Sin embargo, también quedó como la única forma de conseguir alimento animal por parte de otros estratos sociales menos afortunados o favorecidos por el desarrollo de las mismas sociedades.

Alrededor de las actividades cinegéticas se fueron creando una serie de ilusiones silvestres que intentaban una reconciliación de borrosa justificación con unos orígenes naturales cada vez más lejanos, una especie de regreso a la naturaleza que empezaba a ser vista no como el principal enemigo del progreso humano, sino como un ámbito primigenio vital más exigente que amistoso; el sagrado lugar donde se abrió paso la evolución de la especie humana. Pero la caza también asumió el rol de convertirse en afición y deporte aristocrático de clases ociosas encantadas de interrumpir momentáneamente la frenética actividad a la que obligaban las cada vez más aceleradas sociedades modernas; una práctica lúdica que se fue adornando con toda una parafernalia de exaltaciones primitivas y supuestamente vitales inventadas por un hombre cada vez más poderoso, arrogante y jactancioso de sus falsos méritos y cínicos agradecimientos. Otra forma más de contener en tiempos de paz una violencia que se decía y aún se dice innata sobre la que gustaba y gusta filosofar etiquetándola como valor y causa de progreso de la propia especie, lo que inevitablemente lleva al ensalzamiento y justificación de unos comportamientos y astucias básicas de pronto tildadas de honorables; gestos y muecas grotescas pretendidamente auténticas alabadas como restos de unos instintos muy humanos provenientes de un pasado que ya no volvería. Quizás, cuando aún quedaba superficie terrestre por conocer o descubrir, la caza todavía incorporaba algunos atributos aventureros hacia lo desconocido y los peligros que implicaba tropezar con nuevas especies en un primer momento curiosas o amistosas y poco después de conocer a los humanos tan temerosas como el resto.

Ya no es tiempo de guerreros necesitados de una obligada y necesaria relajación que distienda su virilidad, modere su excitación y encauce democráticamente su primitivo amor a la muerte, hoy la caza es una mera hipocresía envuelta en una moderna tecnología armamentística que distancia aún más al pretencioso cazador de sus supuestos y añorados orígenes; se trata del mantenimiento de un simple y brutal afán de dominio mediante el fomento de unas destrezas depredadoras y la ostentación y exhibición de un poder mortal que se limita a una inútil acumulación de imágenes y piezas disecadas dónde depositar el polvo del tiempo.

Esa violencia gratuita ni siquiera sirve como excusa para justificar la conservación práctica de antiguas tradiciones cinegéticas en la actualidad sin sentido, no dejan de ser actividades meramente consumistas siempre sospechosas a la hora de su mantenimiento y fomento, atavismos sostenidos a la sombra del progreso que pintan mal; un consumo agresivo y depredador que en ningún caso autoriza la muerte innecesaria y gratuita de un ser vivo. Hoy, cuanto más se es ciudadano del siglo XXI menos se entienden ese tipo de actividades que van en contra de la protección y pervivencia de los hábitats naturales en un planeta que se nos está quedando pequeño y poco a poco estamos destruyendo. Hablamos de un vacío coleccionismo de muertes sin dignidad, de víctimas de supermercado, ganado de corral que jamás podrá defenderse ni mostrar su orgullo antes de morir; animales nacidos muertos, carne de postal. A la mayoría de los modernos cazadores no le interesan los esfuerzos por hacerse entender que Miguel Delibes dedicaba a sus lectores, ni tampoco transmitir su amor a la naturaleza a nadie en especial; se trata de matar animales salvajes que ya no lo son por puro y simple divertimento. La adrenalina se queda para los hospitales.

 

PD. ¿Por qué la pesca pasa como una actividad menos violenta, incluso pacífica, y mortal que la caza? ¿Por qué no hay sangre a la vista?

 

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