“La tauromaquia es una manifestación artística desvinculada de ideologías que forma parte de la cultura tradicional y popular. El futuro de la tauromaquia está ligado a su consideración como parte esencial del Patrimonio Histórico, Artístico, Cultural y Etnográfico de España”.
“La fiesta de los toros y los espectáculos taurinos populares están sujetos a constante evolución, sin que se puedan hacer conjeturas sobre de qué manera se adaptarán a las sensibilidades cambiantes de nuestros tiempos u otros venideros”.
Estos párrafos y otros similares acompañan y en cierto modo tratan de justificar un proyecto educativo (?) que intenta impedir que chavales de entre quince y diecisiete años con problemas de aprendizaje se salgan del redil; su objetivo es reintegrarlos a la sociedad como subalternos competentes en lugar de esforzarse por recuperarlos para que puedan labrarse un futuro como el que más; alguien ha decidido que sus limitaciones son y serán permanentes y que los quince años son una buena edad para empezar a cavar la propia tumba, y para ello lo mejor que esta sociedad puede ofrecerles es convertirse en serviciales mamporreros. La propia imprecisión de los párrafos, su retórica vacía y la incongruencia del proyecto -presentado como una especie de sugerencia a nadie dirigida- lo dice todo. Porque ya no hay forma humana de justificar el sanguinolento desaguisado que en la actualidad todavía representan las corridas de toros, una reliquia del pasado hoy en manos de una chulesca intelectualidad de puro, taberna y desfile de moda que a falta de proyectos imaginativos o socialmente útiles dedica su tiempo de ocio y negocio a sobar el lomo de unos supuestos artistas (?), los toreros -algunos hasta leen libros-, dedicados a perpetuar una brutalidad pública huera y agotada que no dice nada interesante de quienes la practican -tal vez propiciar algún estudio antropológico sobre el origen, desarrollo y manifestaciones de la crueldad en la especie humana. Los tiempos en los que el toreo podía tener alguna interpretación van quedando atrás -si no lo han hecho ya definitivamente-, hoy día la incongruencia de su existencia, y la de cualquier hipotético espectáculo que tenga como motivo la humillación pública y/o muerte de un animal vivo, cae por su propio peso, y con el paso del tiempo tales negocios quedaran en la memoria como antiguos y salvajes anacronismos similares a los gladiadores en el Imperio Romano. Criar, encerrar, acorralar, picar, acuchillar y dejar desangrar hasta la muerte a un animal, que preferiría vivir en libertad antes que sufrir semejante violencia, para divertimiento público, aparte de ser un espectáculo de nula imaginación, es un desatino de difícil calificación, ni siquiera la etiqueta de artístico con la que los más desnortados todavía intentan adornar toda la parafernalia que se mueve alrededor justifica el cruel desaguisado en el que se apoya. Hoy no tiene sentido.