De pronto los martes y los miércoles amanecen como unos agujeros enormes a poco de comenzar la semana, largos y empinados, sin nada que los haga atractivos e interesantes, sólo la rutina que cada amanecer obliga a inclinar un poco más la cabeza y de la que ya no es posible obtener fuerzas para revelarse contra ese nuevo vacío impuesto, esa nueva vuelta de tuerca que el sistema ha puesto en funcionamiento. El pobre ciudadano físico, el cuerpo material que tiene que bregar con los días y sus horas vuelve a sentirse desorientado en la inmensa soledad de sí mismo, le falta algo a su habitual presente, una conexión que tan sólo unos meses antes aparecía activa y volvía a reactivarse por estas fechas. Obviando su elemental y dependiente constitución el ciudadano echa en falta algo que creía indispensable y que chupaba su tiempo, algo a lo que estaba conectado, o más o menos abonado, al parecer sin percatarse de ello. Harto de la crisis, los refugiados y la matraca independentista catalana que copa hasta los diarios deportivos los martes y miércoles de antes se han esfumado, ahora pintan desérticos sin fútbol, no hay “Champions”, cunde la ansiedad y se reproducen las preguntas ¿qué hacer un martes o un miércoles cualquiera con esas interminables horas de la tarde? ¿aguardar al fin de semana a que llegue la liga? Algunos ya están pensando en cómo pagar, de donde arañar otros poquitos euros -¡no es tan caro!- para poder ver unos partidos de pronto tan interesantes. Otros más listos o avispados ya andan entre aplicaciones, programas o tarjetas piratas para no perderse ninguno sin gastarse un duro. Lo de siempre. Pero no todo suena bien, corren rumores de que los partidos no pueden verse con comodidad, falla la señal, se va la imagen, las nuevas cadenas no funcionan tan bien como venden.
Más de lo mismo, ante el escaso valor acumulado de tantos días repetidos, ante las difíciles conexiones de cada cual consigo mismo, asediados o cansados de ellas e imposible de interrumpir o diferir ya que suelen ser una fuente de problemas y sinsabores más que de satisfacciones, incapaces de dedicar esfuerzos a sanearlas o renovarlas urgen las conexiones con el exterior; y para rematar la faena, las que hace unos meses no se tomaban en consideración porque estaban ahí de forma permanente ahora, convertidas en propiedades exclusivas de otros, exigen un derecho de admisión que por supuesto pasa por el inevitable pago mensual. Sin nada en el horizonte tan fácil de digerir y que deje un poso tan benigno, excepto para los más enfebrecidos, esos capaces de hacer confluir en un balón golpeado por otros aburrimiento, fracasos, venganzas, aspiraciones personales e incluso reivindicaciones históricas, aunque luego se tenga el patio propio hecho un estercolero, el fútbol es la solución. Hoy el fútbol de los fines de semana se muestra insuficiente para satisfacer las necesidades de conectarse y salir de uno mismo, se necesita fútbol toda la semana, un tema del que hablar a cualquier hora y que ocupe estas tardes de otoño que cada vez cuesta más sacar adelante porque los días van oscureciéndose poco a poco y el fresco te para en la puerta pensando si merece la pena salir a la calle; además, hay fútbol.
Con todos los equipos españoles que hay jugando por Europa no se puede permanecer de brazos cruzados o dedicarse a intentar conectarse consigo mismo y acabar deprimiéndose, tampoco merece la pena inventar algo con lo que entretenerse… y, pensándolo bien, las ofertas de las nuevas operadoras parecen interesantes, por unos pocos euros se pueden ver todos los partidos que uno quiera o pueda, la cosa no es moco de pavo y el problema se limita a decidir de dónde se quitan esos euros para el abono -y eso de que funcionan mal probablemente sea un bulo interesado-… aunque las tarjetas piratas cuestan un poco más y te ahorras los pagos mensuales… y dicen que funcionan bien…