No es mi intención descubrir ahora una película que lleva apareciendo en los espacios dedicados al cine, escritos o no, desde su pasado estreno en el festival de Cannes; tampoco es mi intención enmendar la plana a críticos y expertos de todo tipo que han hablado o se han referido elogiosamente a ella. Pero quiero decir que lo sentiría por esa gente que no acudirá a verla porque es una película de “dibujos animados”, infausta etiqueta que para mucha gente desgraciadamente dice más, a peor, de lo que en sí mismas pretenden esas dos sencillas palabras; el despectivo y peyorativo “para niños” que cataloga negativamente y da carpetazo a productos de escaso valor para mentes adultas o presuntamente privilegiadas. Aunque a algunos puede que les suene Pixar y quizás lo asocien a otras películas que, a pesar de ser de dibujos, también les gustaron. Pero nada puede hacerse con aquellos que ven o leen dibujos y exclaman ¡puaj! ¡para niños! identificando niños con una especie de imbéciles funcionales. Si a un niño le ofreces trescientas películas igual de malas tratará de ir trescientas veces al cine porque sabe lo que le gusta, lo que ignora es lo que hay detrás, y necesitará que le enseñen y le orienten básicamente sobre el mundo de los adultos y su enfermizo egoísmo monetario -en las antípodas del egoísmo infantil-, y qué pretenden de él; de lo contrario crecerá como un niño cautivo, un potencial negocio que se hará realidad sin su consentimiento. A los causantes e interesados en ello su crecimiento y madurez intelectual les trae sin cuidado, es un futuro consumidor más del que hay que eliminar todo espíritu crítico, más claro aún, la inteligencia; el sueño de muchos productores y distribuidores cinematográficos, ganar dinero a costa de imbéciles de escaso juicio.
Aunque, claro, si el ingenuo de turno acude al cine persuadido por críticos, expertos y aficionados y de buenas a primeras se tropieza con el corto, también de Pixar, con el que atracan al espectador antes de que comience el plato principal, lo normal es que refunfuñe y maldiga a todos aquellos que, de un modo u otro, le obligaron a acudir a ese cine -que terrible mal para el mundo ha sido y es la mano podrida de Disney. Ignoro si en otras salas y en otras ciudades han tenido que sufrir o sufren el volcánico bodrio con el que traicioneramente humillan al personal atrapado en su butaca. Atragantado con esa pegajosa basura y al borde de la muerte, cualquier adulto con dos dedos de frente es normal que piense que el cine de dibujos animados es para imbéciles, y por mecánico defecto para niños, y su primera reacción será recomendar encarecidamente a hijos y niños conocidos alejarse a kilómetros de distancia de esas salas oscuras. Ese tipo de grabaciones, con canción incluida -mal traducida y peor cantada-, es la peor ofensa que se puede hacer al cine y a la infancia, material parido por publicistas sin escrúpulos y puesto en circulación por feroces distribuidores que odian a los niños y a la inteligencia que ellos ejemplifican, prefieren zoquetes de cabeza hueca que consuman imágenes como se consume bollería industrial.
Sin embargo, si uno no ha salido pitando de la sala y todavía aguanta sin saber por qué a que comience la película que ha ido a ver se sentirá mil veces recompensado, incluso entenderá eso que los críticos califican como cine infantil con guiños adultos, lo que no deja de ser un circunloquio más o menos exagerado o pedante para definir al buen cine de toda la vida, un buen guión sabia e inteligentemente llevado a la pantalla. Porque si hay que considerar Del revés como cine infantil -repito, en su versión despectiva-, no puedo imaginar cómo habría que llamar a toda la morralla de superhéroes, anillos y engendros mecánico-informáticos que inundan las pantallas vendiendo horas y horas de basura filmada para cerebros poco exigentes. Ese sí es cine imbécil dirigido a tipos perezosos a los que les cuesta enlazar dos pensamientos seguidos y prefieren autolesionarse con golpes, peleas interminables y sin sentido, resplandores que suspenden el juicio y situaciones y escenas básicamente estúpidas y previsibles ensambladas a partir de guiones de Pocoyó que prescinden de la inteligencia que se le supone a los adultos -todos esos que viven y piensan del revés. Es lo malo de hacerse adulto, que dejas de hacerte preguntas. Tanto cine volcánico consumido sin criterio ha vaciado tu paleta de colores dejando un fárrago de grises que ha engullido sin piedad hasta los más vivos colores de la infancia.
Del revés no es cine infantil, es cine ingenioso, divertido y más inteligente que mil superhéroes soltando mamporros a diestro y siniestro, cine cien por cien, el formato da igual; cualquier espectador que se precie de tal será capaz de disfrutar, reír y llorar sin que le importe y saldrá de la sala con una sonrisa de oreja a oreja que le hará ver el mundo tan hermoso como siempre ha sido, feliz a pesar de nosotros mismos, felices, que a fin de cuentas es para lo que estamos aquí, aunque otros se empeñen en lo contrario.