Malta 1

Malta es un país, y el término país parece designar una entidad de cierta importancia o consistencia, algo serio con bandera e himno, por lo que hablar de países es hablar de cuestiones de peso, no siendo lo mismo cuando nos referimos a simples accidentes geográficos, islas, por ejemplo, porque Malta es una pequeña isla -bueno, dos-, pero con ello la cuestión no deviene más asequible o no me parece suficiente, así que trataré de ir delimitando las impresiones.

Estando uno no llega a saber del todo si está en una isla o un país, tampoco tiene mucha importancia, aunque la impresión permanezca sin querer irse por completo; como tan sólo es curioso que el avión tenga que posicionarse sobre el mar para enfilar la pista de aterrizaje y que luego, tras tomar tierra, baste con dirigirse caminando desde la nave hasta la terminal y que en menos de quince minutos uno se encuentre en la calle, equipaje incluido.

La cosa se complica cuando, ya en plena noche, hay que incorporarse al tráfico agarrado a un volante situado en el lado contrario al que se está habituado por aquí; es decir, en Malta se circula por la izquierda, lo que supone, al margen de los consiguientes cambios mentales a la hora de manipular el vehículo, vérselas con un tráfico que, sin ser salvaje, es particularmente local, quiero decir que, suponiendo que existan unas normas nacionales de tráfico, el personal parece tomarse de manera bastante peculiar la circulación vial, es cierto que sin llegar al conflicto o a la infracción permanente, lo que, resumiendo, viene a significar que o uno espabila o no se mueve del sitio. Además, es noche cerrada y las indicaciones de la carretera, cuando están o se pueden ver, no coinciden con el inglés supuesto, el hipotético destino no aparece por ningún sitio, los vehículos te adelantan por ambos lados y a las rotondas entras por el lado equivocado, a lo que sumar la curiosa coincidencia de que a ningún vehículo le funcionan los intermitentes. Paciencia y mil ojos.

La paciencia es buena porque te hace aprender, y lo que hoy te atenaza oscuro e indefinible, por no decir caótico y en apariencia insuperable, al día siguiente no es que reluzca como los chorros del oro, pero el paso por la almohada te hace ver las cosas distintas por la mañana, el problema sigue ahí pero tú ya no eres el mismo. El inglés funciona -¿en qué porcentaje Malta sigue siendo colonia británica; a pesar de ser país?-, hay algo de italiano, o mucho, depende de la zona, y el maltés es el gran desconocido. De ayer a hoy no han mejorado las condiciones de la circulación, todo lo contrario, el atasco ahora es continuo y la arbitrariedad de los conductores considerable, pero es de día; hay que salir de allí a toda costa, detenerse y recapitular, o al menos saber hacia dónde dirigirse sin que te caigas al mar.

Justo entonces comienzas a ver un país doblegado por el sol y aparentemente sin árboles pintado de marrones, tanto el campo como la ciudad, un campo en su mayor parte seco y unas poblaciones de casas antiguas con mucho techo plano, todas marrones, repito, y profusamente adornadas con miradores de madera -infinidad de miradores. Es inevitable captar una especie de inexperiencia o dejadez general para consigo mismos y el mundo por parte de los actuales pobladores; o una resignación de siglos obligada a bregar a la fuerza con influencias -buenas, malas y peores- fenicias, musulmanas, continentales o británicas sobre un fondo mediterráneo castigado por el sol y sosegado por el mar. Y por encima de todo la presencia, aunque hoy sólo sea testimonial, de los en otro tiempo poderosos caballeros de la Orden de Malta -la Orden de San Juan de Jerusalén. Una espada de Damocles que todavía pende sobre las cabezas de sus habitantes, creo que en el fondo voluntariamente ajenos a tanta historia para un lugar tan pequeño.

Probablemente el país actual sea el resultado de un merecido descanso, o simplemente cansancio, por sentirse o saberse heredero de tanta solemnidad y responsabilidad para un enclave geográfico tan minúsculo, dando la impresión de que sus habitantes han optado por encomendarse a la mano de Dios y así poder respirar al margen de las vicisitudes de este mundo y su historia. Lo que no impide que para vivir en el presente la isla necesite una urgente renovación de casas, edificios públicos y privados, calles, aceras -hacen falta aceras- y un nuevo mapa de carreteras, o una reconstrucción física completa del actual, que permita también la renovación de un parque automovilístico de otro siglo.

 

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