Antes de escribir he de reconocer que desconozco la cantidad de gente que sigue la serie, así como el alcance de la campaña publicitaria que la televisión por satélite dedicó a la misma bastantes meses antes de la emisión de la actual temporada; tampoco si la supuesta, ansiosa y enfebrecida demanda entonces vendida era real y si se sigue con asiduidad, sea por el medio que fuere. Una vez reconocida mi ignorancia viene lo que me interesa.
Después de ocho capítulos de la nueva temporada de Juego de Tronos mis dudas se limitan a: si rebajarla a refrito patatero embutido en un envoltorio que no llega a lujo, o pestiño/serial con alarmantes perdidas de fuelle e interés, escaso de recursos y pobremente utilizados, o, lo más normal, material para consumo de frikis aburridos con mucho tiempo libre y poco o nada que hacer. Aún recuerdo a aquellas mujeres extasiadas ante la cámara contando con visible emoción o fingida ansiedad, la entrevista lo requería, los días que faltaban para la vuelta de sus héroes; daba igual lo que fueran a ofrecerle con tal de disfrutar con más muerte y destrucción. O las supuestas colas de seguidores en Sevilla deseosos de ver y tocar a los protagonistas y, a ser posible, aparecer en la serie, de lo que fuera, incluso de negro, a oscuras y de noche. España y Sevilla deberían estar orgullosas por haber sido elegidas como escenario por los dioses del mercado. Eso significa dinero, aunque, visto lo que va de temporada, el resultado es más bien para echarse a llorar.
Que una campaña publicitaria venda humo no es nada nuevo, estamos habituados, lo lamentable es que nos alimentemos de humo; o tal vez se trate de la misma y repetida mentira reproducida ad infinitum. Qué lejanas aquellas primeras temporadas en las que uno tropezaba con la serie entre escéptico y curioso, sin todavía enterarse muy bien de quién era quién. Luego descubrías que Canción de Hielo y Fuego era la saga originaria que dio origen a la serie; una historia escrita que contaba con sus correspondientes iniciados y expertos, lectores normales que la seguían con cierta fidelidad y que, si venía al caso, te hablaban de sus personajes y de su interés como seguidores, sobre todo cuando comentabas lo que estabas viendo en televisión, anunciándote que ellos ya llevaban leídos varios volúmenes con sus correspondientes anexos y aún estaba inacabada.
A veces las series me recuerdan a la literatura por entregas del siglo XIX, los grandes autores de entonces -Dickens o Dumas, por ejemplo- jugaban con el interés de los capítulos periódicos según la demanda, o simplemente la creaban en un toma y daca que imagino apasionante; tal y como se pretende hoy. Hay que decir que por entonces los medios eran mucho más limitados y la imaginación la ponía directamente el lector, un campo abierto e infinito. Pero hablamos de televisión, hablamos de imágenes, hablamos de una imaginación envasada al vacío y envuelta en papel de regalo de dudosa calidad, goloso obsequio que una vez desenvuelto se evapora sin que te des cuenta, es decir, en la actualidad una sucesión de planos y secuencias estiradas hasta el tedio e hinchadas con diálogos tan crípticos como previsibles, un correoso postergar hasta el capítulo siguiente que nunca cumple las expectativas -menos mal que el fiel seguidor siempre va un paso por delante a la hora de rizar el rizo, justificando lo injustificable y suponiendo lo que falta en la pantalla. Seamos sinceros, de vez en cuando sucede algo, porque te pueden tomar el pelo pero hasta cierto punto, la gente no es tan simple como parece. Que recuerde, algo parecido sucedía en el cine a la hora de estirar, también sin ningún miramiento, me refiero a El Hobbit. Uno leyó el libro hace bastante tiempo -nada del otro mundo- y recordaba un volumen más bien delgado del que, mágicamente, el señor Jackson ha sacado tres soporíferos largometrajes, digo soporíferos porque no aguanté el primero, los otros dos me abstuve de dormirlos. ¡Ah! de lo poco bueno que recuerdo de las películas es la voz y la exquisita pronunciación de dragón tan pedante -en la versión original.
En cualquier caso y volviendo a la serie, el único punto u objetivo reseñable y hasta discutible de la misma, el más valorado e importante para el personal, es la maldad; prima por encima de todo el mal en sus múltiples manifestaciones, a cual más disparatada y sin comparación posible, los malos han de ser tan crueles como absurdos, y más, tan irracionales como inimaginables; después nada, o si, la insaciable avidez de más mal, porque aquello sigue.