Divertimentos

Hace unas semanas me llegaba, tal y como me imagino que le habrá sucedido a mucha más gente, un pequeño vídeo acerca de la reforma educativa que me provocó algunas sonrisas y una posterior mueca de no saber muy bien qué hacer o decir. Imagino que el video también habrá provocado carcajadas, incomprensión, extrañeza o reacciones más o menos violentas según quién o por qué. Pero lo más curioso de todo ello es el regusto amargo que me dejó su visión, justo antes de la pregunta ¿y ahora qué? ¿eso es todo? ¿a eso aspiramos? ¿a reírnos de nuestras propias miserias mientras aguardamos a que el espabilado de turno invente el siguiente entretenimiento? No se trata de buscarle los tres pies al gato o hacer el borde gratis, esto último hay gente que lo hace en serio y hasta le gusta, pero no me acaban de convencer esas ocurrencias de quita y pon que pasan de un lado a otro en unos pocos días para después acabar en el cubo de la basura del olvido, y, bien pensado, ni siquiera me agrada el trabajo que conllevan -tal vez de agradecer, no lo sé. No quiero decir con ello que cada vez que alguien se ponga a pensar tenga que inventar la bombilla, pero hincarle el diente, quiero imaginar que con buena fe, a la gente más golpeada y pretender vivir o crear diversión con ello es algo demasiado socorrido, además de manido hasta el aburrimiento. ¿Dónde nos lleva entonces esto?

Al margen de la ocurrencia del tipo que confeccionó el dichoso vídeo y los objetivos que con el pretendiera, oportunismo u originalidad, es triste que quienes más puedan apreciarlo y/o valorarlo tengan que conformarse con espejismos de ese tipo en lugar de soluciones; si hasta apareció en el Huffington Post como muy recomendable. Me parece una excelente terapia reírse de uno mismo, pero cuando no puedes o no te dejan hacer por remediar tu situación y al mundo sigues sin importarle o continúa moviéndose contra ti la sonrisa, consciente o inconscientemente provocada, acaba trocándose en mueca de rabia o desconsuelo, o de clara derrota. Además, de darse esa situación en la realidad, el tipo protagonista jamás actuaría de ese modo, nadie tira a la basura su propia educación para hacer voluntariamente de cateto con tal de darle en las narices a un listillo o listilla soplapollas, no merece la pena el tiempo invertido. ¡Ah! se trata únicamente de algo divertido. Mejor inventamos divertimentos que no acaben a la semana en el cubo de la basura, no deja de ser un síntoma de resignación y simple y pura impotencia.

 

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