De hombres

Da un teléfono móvil a cada uno de los integrantes de un grupo de hombres para que a la primera oportunidad de hablar entre ellos sin una excusa o tema obligado la mayoría se disperse en distintas direcciones aparentando requerir con urgencia a quien quiera que puedan encontrar al otro lado de la línea.

Además, no hay como ser hombre y hallarse en una reunión de hombres para resignarse a las obviedades que hoy día todavía mueven a los hombres -obviedades que se vienen repitiendo generación tras generación, cómodas de usar y al parecer imposibles de evitar-; no hay como intentar introducir un par de temas dispares en una conversación entre ese mismo grupo hombres para comprobar sus dificultades a la hora de desenvolverse con una mínima solvencia -ante todo priman la cautela y el recelo, también la autoprotección y una cierta reserva vestida de silencio u oculta tras una verborrea vacía e interminable. No hay como intentar hablar de algo más que de trabajo, coches, comida y mujeres para constatar con cierto desánimo cómo piensan y sienten los hombres -¿todavía? No hay como tocar a las mujeres -¡el gran tema!- para reconocer qué padecen esos mismos hombres -lo mismo que antes, mucho antes y muchísimo antes- o de qué carecen; no hay como cambiar inopinadamente de conversación para desarmar y perder a los hombres -y enfurruscarlos o enfadarlos, sin embargo los hay que son capaces de engancharse bajo mínimos aunque no tengan ni idea de lo que se está o están diciendo ellos mismos. No hay como permanecer en silencio para hacer sentir incómodos a los hombres, como tampoco se les puede dejar hablar porque entonces escucharan menos de lo que ya lo hacen y al final tendrás que salir corriendo al no saber cómo decirles que aburren a las piedras -tarde o temprano habrá aparecido entrelineas de su autista perorata una mujer que, en última instancia, acabará ocupando el centro de sus vidas. No hay cómo no reírse o mostrarse indiferente ante las obviedades de los hombres para que te dejen a un lado o te miren como a un bicho raro; no hay como ofrecerles una novedad para comprobar la cualidad y nivel de su desconcierto y el grado de su ignorancia; no hay como permitirles hablar de sí mismos -da igual el tema en el que gusten enmarcarse- para conocer lo que no debes hacer y por dónde no debes ir. Pero nunca llegarás a saber -aunque tal vez lo imagines- por qué les cuesta tanto desprenderse de su obligado y riguroso papel de hombres.

Estas son algunas de las preguntas que se me ocurren, tal vez porque yo también soy hombre y no acabo de entender a los de mi propio género; y que de buenas a primeras no sepa dar con las respuestas no quiere decir que no las haya. Tampoco sé si son necesarias, pero están ahí, suficiente para preguntarse por qué. También es fácil advertir que los propios hombres pretenden o intentan no preocuparse por ellas, o las evitan porque les parece perder el tiempo, o les dan miedo, o les avergüenzan, o gustan imaginarse más allá, lo que no quiere decir puedan hacerlo, generalmente no, de lo contrario algo debería haber cambiado, al menos a la hora de eliminar desfasados y trasnochados patrones y modelos.

No hay como sufrir la previsibilidad de los hombres para terminar dejándolos por imposible, existen demasiadas reservas y silencios que no acaban de entender ni ellos mismos. Es más práctico y divertido dejar jugar a los hombres a hombres como si todavía fueran niños.

 

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