Horas

En un principio el trabajo como concepto económico no existía, había que mantenerse vivo y el tiempo que a uno le había tocado marcaba el modo y las formas; si nacido rico mandar, disfrutar o pelear, si pobre intentar sobrevivir a costa de lo que fuere, y si algo se sabía hacer medianamente bien tratar de mejorar gracias al reconocimiento y a que los demás demandaran los servicios de uno; no había medios ni tiempo para las reivindicaciones personales, sólo los genios tenían nombre. Con el paso de los siglos el trabajo se fue pormenorizando y especializando y la revolución industrial lo convirtió en objetivo cuantificable a partir del cual obtener beneficios, sobre todo por parte de otros. Abuso tras abuso las personas se fueron convirtiendo en trabajadores y aparecieron las primeras reclamaciones de condiciones y tiempo de trabajo, además de la consiguiente remuneración por lo que comenzó a denominarse jornada laboral. Costó años y sangre que los propietarios y/o explotadores aceptaran que no podían disponer de las personas a su antojo, seguido de los enfrentamientos como consecuencia de las inevitables dificultades a la hora de entenderse. En algunos lugares los señores y propietarios entendieron que les era más rentable conceder a los esclavos su ansiada libertad porque con ello se ahorraban mantenimiento, alojamiento y alimentación; los esclavos intercambiaron disponer de todo al margen de su trabajo a tener que comprar todo a costa de su trabajo, había que alimentar la libertad, con lo que pasaron de trabajar y vivir mantenidos  a tener que competir con antiguos esclavos, ahora libres como ellos, por unos sueldos cada vez más bajos en unas condiciones de vida miserables.

Más tiempo y sangre costó lograr las ocho horas diarias de trabajo, pero desgraciadamente este no fue el paso definitivo a partir del cual organizar una vida más humana para todo el mundo, y si lo pareció fue momentáneamente. Hoy, en el siglo XXI, las ocho horas de trabajo van camino de parecerse a restos de otra época. ¿Quién cumple actualmente una jornada de ocho horas? Hoy nos hemos habituado a convivir con esas horas extra de más sin nombre, precio ni justificación; no hay día que pase que no oigamos de su existencia, sus condiciones y su exigencia, ese todo o nada tramposo que obliga a quien necesita un trabajo porque de lo contrario todavía seguiría en la calle. Tenemos que aguantar cínicos sermones acerca de sus falsas bondades, admitirlas como consumidores indiferentes, cabreados o aprovechados, como también hemos aprendido a darles las espalda de la mano del no sabe, no contesta; o sufrirlas, pero absolutamente nadie -creo que el adverbio se queda pequeño- ha movido o mueve un dedo en su contra. Ni siquiera son capaces de alzar la voz esos esclavos de cuello blanco con estudios, más o menos bien pagados, que aguantan aburridos en la oficina hasta que el jefe se largue de allí por no quedar en evidencia, si el jefecillo lameculos de turno se queda trabajando ¿cómo se van a ir ellos? De lo que no hablan es de que en el sueldo del jefe va incluida esa dedicación exclusiva que se cuenta por miles al final de mes, pero en el caso de los estresados empleados con sueños de grandeza esas horas son horas arrebatadas a sus propias vidas y familias en previsión de un por si acaso que probablemente nunca llegue; ¿y si cuando regrese de mear me ve sentado a la mesa cabizbajo y obediente y cae en la cuenta de que existo, igual por eso no me toca cuando llegue el siguiente recorte de personal? Transporte, servicios, comercio, hostelería etc. ¿cuánta gente hay en un día normal trabajando gratis? ¿a cuánto se pagan las horas extras, si es que alguien las paga? ¿quién las cobra? Silencio. Por principio, nadie debería estar a favor de ellas, probablemente cualquier jefezucho o explotador llorón de tres al cuarto que las exige sin medida y sin poder demostrar con números en la mano que sean necesarias e incluso vitales para la empresa -es completamente indemostrable-, bueno, si, en los beneficios limpios que se embolsan gracias a ellas.

No es aventurado afirmar que sin horas extras habría empresas que no tendrían negocio, o no existirían ¿cuántos comercios, bares y restaurantes? Justificar la violencia de su imposición sin pensar en la tropelía que tal atropello significa nos deja en evidencia, porque entonces no hablamos de empresas o negocios, sino de auténticos esclavistas que medran gracias al trabajo gratuito de sus empleados. ¿Quién puede ponerle remedio? ¿o todavía nos creemos que son imprescindibles?

De ahí a la completa disponibilidad a criterio de la empresa las veinticuatro horas del día sólo hay un paso, pero luego se cobraría exclusivamente en función de lo trabajado; la disposición permanente y el tiempo de espera quedarían a nuestro cargo. Ni como esclavos.

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