Alemán

La filosofía se inició en Grecia, en plazas públicas y escuelas donde, sobre todo, se hablaba acerca de lo humano y su posible origen divino, invento forzoso a falta de explicaciones más prosaicas y fáciles de ver y comprobar, aunque no de entender, todavía no dominaban la abstracción, eran otros tiempos. Con el paso de los años la filosofía se alejó de la calle para ser encerrada en cuartos cada vez más oscuros, primero con el cristianismo y su obsesión por desprestigiar todo lo que tuviera que ver con la vida en la tierra -los árabes de aquel tiempo aún disponían de algo más de luz para pensar y los judíos ya andaban obsesionados, todavía lo están, por encajar en este mundo eso de creerse el “pueblo elegido”-; luego, con el paso de los siglos, la filosofía acabó enjaulada en el centro de Europa, propiedad de unos alemanes que no tuvieron ninguna desfachatez en afirmar a los cuatro vientos que sólo se podía hacer filosofía en alemán. De hecho, el supuesto faro filosófico que ilumina -es un decir- el pasado siglo XX es el señor Martin Heidegger, un alemán burgués y conservador que pergeñó una filosofía casi esotérica completamente alejada del mundo real, solo apta para discípulos y fieles eruditos. Su principal concepto, Dasein –“ser ahí”, es la traducción que suele dársele al termino en castellano- pretendía finiquitar la filosofía enclaustrándola en un circunloquio interminable, circunstancia que, aparte del exclusivo y cerrado mundo académico, nadie más entendía o llegaba a interesarse. Pero el señor Heidegger, acabada su magna obra intelectual, no se fue de este mundo con la satisfacción de la labor cumplida, total, qué más podía hacer aquí, sino que se retiró a una cabaña en la Selva Negra para vivir aislado y así disfrutar de las pequeñas cosas tan queridas a la gente vulgar y corriente. Cuánta más honradez y humildad mostró Henry D. Thoreau en todo lo que hizo y escribió.

El Dasein por el que la primera ministra alemana, señora Merkel, no duerme ni deja dormir es el déficit, otro concepto intencionadamente oscurecido y sólo manipulable por las expertas manos de los economistas -que no científicos-, sacerdotes dedicados en cuerpo y alma a traer y llevar sus conjuros matemáticos de sus enigmáticos algoritmos al mundo real para mayor asombro y sufrimiento de la gente común. Lo malo de este concepto es que a los hechiceros de los números y economistas recalcitrantes no les basta con baquetearlo en sus tenebrosas fórmulas, sino que necesitan a la gente de la calle para hacerlo actuar y así recabar datos que nada solucionan y a nadie más que ellos interesan. Ese es el principal problema, Heidegger al menos dejaba en paz a los demás, su Dasein era exclusivo y elitista, el déficit, en cambio, no explica ni prevé nada porque, a día de hoy, nadie sabe cómo va a actuar la gente ni ha entendido que en el comportamiento humano hay algo más que fórmulas y algoritmos inventados para urdir hipótesis que pretenden augurar el futuro. La economía jamás sabrá del cómo, cuándo, dónde y por qué la gente gasta su dinero, lo único que puede hacer para parecer creíble es influir con malas artes en el día a día de las personas e intentar que su comportamiento se adecúe a sus castillos de arena; la pseudociencia económica aún no se ha dado cuenta que sólo sabe y puede hablar en pasado.

La tercera pata de este extraño experimento es una señora, también alemana, que ya ha aparecido por estas páginas, una tal Claudia Schiffer que, al margen de vivir y ser lo que es gracias y exclusivamente a su cuerpo -físico-, viene amenizándonos las esperas televisivas entre programa y programa sermoneándonos sobre unos coches baratos y los beneficios que pueden aportarnos si los adquirimos, para lo cual intenta encandilarnos con su Dasein particular y definitivo: alemán; se refiere al coche. Alabado sea el Señor. Ya no hace falta inventarse un erudito conjuro filosófico ni amenazar a la plebe con los siempre nefastos augurios de unas egoístas, estrictas y cuadriculadas creencias económicas armadas con técnicas de quita y pon, ahora es mejor abreviar, los tiempos son más fáciles; si antes no se podía hacer filosofía sino era en alemán, ahora “alemán” es el Dasein a reverenciar, sinónimo de seguridad -o Dios-, una esperanza con la que los desesperados de este mundo sueñan todas las noches. Con esta simpleza semántica se ha conseguido una efectiva apropiación de la voluntad de la gente que Heidegger no pudo lograr con su retorcida anticoncepción del hombre y el mundo, también es cierto que nunca le interesó. Quizás en su jactanciosa arrogancia a los alemanes se les haya ido la pinza, porque no creo que se haya concebido mayor memez que este presuntuoso chovinismo vendido por una señora que probablemente se mueve en las antípodas intelectuales de aquellos dioses de la filosofía. Corren tiempos más ignorantes.

Y, cómo desgraciadamente imaginarán, la última parte de este cuento pasa por el reciente accidente de aviación de una compañía aérea alemana, empresa que tenía pensado publicitar cosas sorprendentes a sus futuros pasajeros. Pero no voy a hablar de las víctimas ni de sus familiares -aunque los alemanes deberían refrenar su altivez, tomar ejemplo y aprender del señor Juan Pardo, para este hombre no hay palabras, sólo deferencia y un respeto infinito-; tampoco voy a hablar del pobre tipo y presunto causante del siniestro, una débil cabecita incrustada en la tan exigente alemanidad cultural. Me interesan todos esos alemanes atentos y concienzudos, expertos en seguridad que ocultaron, voluntaria e involuntariamente, y no supieron o quisieron enfrentarse a los problemas psicológicos de una persona con debilidades -como esa gentuza del Sur-, prefiriendo hacerla desaparecer de sus estadísticas encubriéndola antes que sacándola a la luz en la segura Alemania, un país que, por lo visto, también sabe de trapacerías, subterfugios y omisiones intencionadas cuando hay que vender a toda costa un Dasein al resto del mundo.

Y después de mezclar churras con merinas qué queda, la patética insolencia de quienes pretenden explicar el mundo según sus particulares tinieblas mentales, además de intentar imponerlas a los demás; pero si en el caso de la filosofía había que ser un iniciado dirigiéndose exclusivamente a iniciados, casi un brujo, en lo del déficit y la seguridad la cosa se complica porque desgraciadamente son necesarias víctimas que los sufran y corroboren. Pero para eso estamos los débiles e ingenuos del sur, porque sin nosotros ni el déficit ni, sobre todo, la seguridad alemana servirían para nada, ya que ni ellos mismos son capaces de hacerla respetar en su propia casa.

Por favor, un poco más de humildad y respeto hacia quienes, afortunadamente, ni piensan, ni viven ni quieren vivir como ellos.

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