Ofertas

De nuevo esas pequeñas cosas y situaciones tan de por aquí que no fomentan grandes titulares de los que presumir y provocar la envidia del mundo ni llegan a las primeras páginas de política nacional -quizás por vergüenza ajena-, hechos cotidianos que dan idea del tipo de personas con las que podemos tropezarnos por estos pagos; al final y como suele decirse, las cosas acaban cayendo por su propio peso. Hace unos días leía, no recuerdo bien dónde, que en ciertos barrios de la capital, o sea, Madrid, se ofrecía jamón ibérico de pata negra a tres euros. Salvado el consiguiente escepticismo y espoleado por la osada curiosidad me puse manos a la obra con la lógica sospecha de que allí probablemente hubiera gato encerrado. Pues bien, al poco de entrar de lleno en el asunto empezaba a cundir el desánimo, y al continuar viendo y leyendo -me temo que algunas tendencias masoquistas habrá por medio- acabé por perder la poca capacidad de sorpresa que me quedaba. Nadie da duros a tres pesetas, y si el material a la venta era original, que parece ser que sí, el gato debía de andar por otro lado, como, en efecto, uno descubría a continuación. El susodicho jamón de raza y los demás productos a la venta, que también los había, provenían de tiendas y supermercados de la misma capital pero obtenidos a capricho de manera fraudulenta -imagínense, eso mismo, robados-, sin abonar la consiguiente factura al vendedor o sufrido propietario. El negocio lo llevaba una panda de, para eso sí, diligentes y organizados ciudadanos, que se dedicaba a sustraerlos de algunos establecimientos de alimentación, para lo cual disponían de una cuadrilla de señoras armadas con grandes prendas de abrigo y una profusión de bolsillos que llenaban a discreción para luego, imagino, salir por piernas del lugar; las ofertas iban desde pizzas congeladas hasta jamón ibérico cómodamente loncheado en bolsas herméticamente cerradas. A continuación, el cabecilla o gerente de la empresa, como en cualquier organización corporativa que se precie, distribuía la mercancía entre el personal de la sección de ventas, sección formada por otros empleados que, provistos de cómodas y prácticas cajas de cartón, se situaban en las aceras, ante las puertas de otros comercios de alimentación, ofreciendo a la posible la clientela los mismos productos que en el interior, como supondrán, muchísimo más baratos. Tal sociedad mercantil también contaba con su propio servicio de vigilancia y seguridad controlando calles y esquinas por si a los probos agentes del orden les daba por aparecer. Preguntados algunos de los clientes que adquirían tales mercancías, como supondrán sin factura, estos justificaban su estupenda adquisición de la forma más franca y desarmada posible, tal que ¿por qué voy a pagar más ahí dentro por una cosa que me cuesta menos de la mitad aquí en la calle?

A estas alturas el cuadro ya no era ni surrealista ni de juzgado de guardia; para un espectador cualquiera la situación vendría a ser similar a la de esos documentales de fauna salvaje en los que los cámaras se dedican a filmar sangrientas cacerías sin influir en el entorno, se trata de que la mano del hombre no se inmiscuya en el normal desarrollo de la vida salvaje. Imagino que los presuntos ladrones tampoco tendrían mucho más que decir, es comprensible su evidente preocupación por ocultarse y preservar los solidarios intereses de la manada…

Pero… ya, es normal, qué vamos a hacer, este país es así, otro ejemplo genuino de la marca España. Bueno, algunas preguntas cabrá hacerse, por ejemplo ¿puede hablarse de algún tipo de moralidad que justifique este tipo de comportamientos? ¿o la moral sólo tiene que ver con los curas? Y no me refiero a los ladrones, pobrecillos, víctimas de una sociedad tan cruel, sino a la gente que ve, acepta y compra. ¿Todavía sirve eso tan socorrido de la sociedad culpable? Entonces ¿quiénes formamos esta sociedad? ¿marcianos? ¿es este vecindario al que hay que salvar de la corrupción política que hunde al país en la mierda más absoluta? ¿aún hay gente que se extraña de la catadura de nuestros políticos?

¡Ah! otra cosa, ahora que llega la Semana Santa -celebración pseudosagrada y verbenera sin parangón- podemos pedir a los amables ladrones alguna latita de caviar o unos paquetes de ibérico más para las farras culinarias familiares, o para la comunión del niño, que también queda cerca y hay que invitar a la parentela, la empresa acepta encargos, usted los tendrá disponibles a los pocos días.

 

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