Probablemente no haya mucho que la gente pueda decir sobre Alan Turing y huela a moda hacerlo ahora para quienes ya lo conocen por los caminos que fueron su especialidad. Y que el cine haya hecho un hueco para su historia porque toca puede resultar indiferente u ofensivo para la gente próxima a las matemáticas y teorías de la computación, tal vez recelosos de lo pasajero y de que profanos, en función de un interés oportunista por el personaje, vengan a contarles sus descubrimientos obtenidos a partir de una película basada en un texto escrito anterior, también de reciente publicación. Lo que está meridianamente claro es que ni el libro ni The Imitation Game resolverán nada ni harán justicia con su protagonista; como de costumbre es tarde, siempre es tarde cuando toca rectificar errores pasados, sobre todo para los que mueven los hilos del poder, y las excusas a destiempo no van a redimir a quién sufrió una vida de incomprensión y menosprecio por parte de quienes se decían normales, tan hipócritas que no tuvieron reparo en utilizar para sus intereses a quién de otro modo habrían escondido en el último rincón, incapaces de sentarse y escuchar a quien sólo pedía paciencia y tiempo para pensar, entender y ser entendido. Como más o menos viene a decir el protagonista de la película, si es muy difícil o casi imposible que quien habla diga exactamente lo que piensa, ¿qué significa pedirle a un ordenador que sea tan humano como una persona? Pero si usted no sabe nada de quién fue y qué significó el señor Turing y se acerca al cine para disfrutar de una película que, sin grandes despliegues cinematográficos ni efectos especiales, muestra de una forma serena y respetuosa parte del cómo y del porqué de este mundo en el que vive, sin duda ha merecido la pena el paseo. Sobria como la apariencia de su protagonista, tenaz, tensa, bien montada y curiosamente lineal como todo lo que aparentemente tiene que ver con la razón; fácil y difícil de entender, nada proclive a los golpes de efecto ni de última hora, ni por supuesto a los héroes o las grandes hazañas al uso, aunque en el fondo la vida y la historia contadas sean unas auténticas hazañas. Excelentemente interpretada por un buen reparto que consigue dar una sólida consistencia al resultado final, al fin y al cabo habla de marginados siempre necesarios, incluso puede que sea arrinconada, como sus protagonistas, o incomprendida, o quizás pueda moverse próxima a la mueca de desencanto; dramáticamente muy bien llevada, cautivadora por momentos, dolorosa incluso -siempre es tarde-, o cruel -no podía ser de otro modo. Y un protagonista que con brillante temple es capaz de mostrar en la pantalla lo que significa la violenta concreción de una vida constreñida por un carácter y una situación que obligan a luchar no solo contra un mundo que le observa y juzga con violento recelo -siempre la violencia como medio-, sino contra sí mismo a la hora de intentar hacerse ver ante el resto sin dejar de ser uno mismo. Un protagonista que, como buen y solitario visionario, ha de enfrentar su fe en sus posibilidades a la exigente premura de una realidad que tiende a desconfiar por norma y requiere soluciones aquí y ahora -cuando nadie a la vista es capaz de obtenerlas. Cada situación merece su tiempo y el tiempo, su concepción, su tempo, no es igual para todos. El conjunto luce una sobria dirección de tonos casi sepias que traen y llevan sin dificultad al espectador de la mano de una ambientación austera pero efectiva. En definitiva, una muy buena e importante historia no tan extraña pero sí y al parecer demasiado tiempo escondida que, misteriosamente y por cuestiones de política que siempre nos costará entender, ha estado guardada demasiado tiempo para perjuicio de sus protagonistas y sorprendente descubrimiento nuestro.
Queda la inevitable pregunta, ¿por qué quienes menos lo merecen han de sufrir la venganza de nuestra perezosa incomprensión, nuestra exigente y violenta normalidad, nuestra mundanidad basada en recurrencias previsibles e incapaz de detenerse, observar y escuchar a quien, sin ser diferente, sino otro más, que afortunadamente piensa distinto, intenta decirnos que él también quiere estar en el mundo, que le gusta vivir, que ama la vida, que pide bien poco para ser feliz y no entiende nuestro empeño en negárselo por cuestiones estúpidas basadas en temores, recelos y diferencias que a la larga nos impiden entendernos a nosotros mismos? Al fin y al cabo ellos son como nosotros y sólo piden un hueco para darnos su genialidad, y para ello necesitamos paciencia, nada más, en cuanto fuéramos capaces de escuchar probablemente sabríamos mucho más del cielo.