Sólo teatro

Aconsejado por amigos que saben más que yo del tema acudí este Julio pasado a Almagro, nuevamente, para sentarme ante otra versión o adaptación de un clásico del que sólo conocía el título y nada de la representación a la que iba a asistir. La función, mejor, el espectáculo ofrecido a partir del texto de Lope de Vega tuvo desde un principio la estimable cualidad de llegar con relativa facilidad a un público que, salvadas las reticencias o dudas iniciales, acabó disfrutando con lo que la noche deparó y al final supo reconocer y agradeció con aplausos, puesto en pie, el excelente trabajo que acabábamos de disfrutar.

El espectáculo aunaba texto -una particular versión de El Caballero de Olmedo que en lo sustancial seguía el texto original-, música, cante y baile, si, como lo están leyendo, y lo mejor de todo ello es que en ningún momento me pareció que estuviera asistiendo a un engendro pergeñado por un loco visionario sin fundamentos teatrales o por un moderno de rompe y rasga sin conocimientos, experiencia y escaso de recursos, todo lo contrario, el trabajo de creación, dirección e interpretación no dejaba lugar a sueños o disparates. Y teniendo en cuenta que particularmente sufro una bien madurada fobia contra todo lo que significa o tiene que ver con el flamenco, resultado de una infancia sometida y humillada por las emisoras radiofónicas del franquismo que nos machacaban día sí y día también con el arte y el cante más racial y genuino de aquel país tercermundista, en ningún momento sentí que necesitara correr o salir huyendo de allí, todo lo contrario.

La maestría, profesionalidad y saber hacer que regalaba el espectáculo me fueron dejando la excelente impresión de estar asistiendo a una representación que en algunos momentos se me antojaba única, un artístico y emotivo despliegue de sabiduría teatral a partir del certero conocimiento de las raíces y fundamentos artísticos de esta tierra, así como de sus gentes, toda una afirmación cultural que sólo pueden exponer de ese modo quienes también la han mamado, recibido y sentido como propia. Impresiones y sensaciones que acaban en la sangre, formando parte de nosotros mismos sin que ninguno sepamos conscientemente cómo o por qué, de las que nunca solemos hablar, comentar o presumir; que en muchos otros casos creemos detestar por encima de todas las cosas, que no sabríamos expresar con palabras e incluso puesto en duda que poseyéramos o sufriéramos. Flotaba en el ambiente un aroma compartido del que no podía menos que sentirme orgulloso, a fin de cuentas esta tierra solía ser una tierra de música y teatro, contento y emocionado por lo que estaba viendo y afortunado por sentirme paisano de la misma gente que daba cuerpo al espectáculo, uno más al otro lado del telón. Las sensaciones que afloraban y se intentaban transmitir desde el escenario también eran mías, como el texto, las guitarras, el sonido de las cajas de percusión, el cante, los metales, el movimiento, cada una de las pasiones y sentimientos alentados desde las tablas, el buen trabajo de los actores; como mías o nuestras eran Rosa María Sarda y la Compañía Nacional de Teatro Clásico, así como el Lliure, y veía y me perdía en los enormes campos de trigo de Castilla que Lluis Pasqual, el director de la obra, también vio cuando concibió la representación, tal y como él mismo intentaba explicar en el programa de mano.

Pero, de pronto, entre tanta emoción y sentido de pertenencia crujía un extraño malestar con forma de reproche que sofocaba mi entusiasmo al pensar que no tenía derecho a atribuirme tanto país porque precisamente la mayoría de los profesionales que tenía allí delante eran catalanes, así como la autoría y dirección del espectáculo que estaba disfrutando. Me enfadé conmigo mismo por mi estupidez, por mi tonta autocensura y por la mierda que una situación política impuesta puede crear en el inconsciente de la población, en mi caso. ¿Por qué no podía pensar y sentir que representación, intérpretes, dirección y público éramos parte de una misma alma colectiva puesta de manifiesto mediante una forma de concebir y hacer teatro que los que estábamos allí podíamos considerar nuestra? al menos mi impresión era esa. Perdón por el disparate que voy a decir, ¿era un nacionalista español por pensar así? ¡Uff! qué rato, al final deseché dudas y gilipolleces y aplaudí como el que más a una gente y un trabajo que desde el principio me hicieron sentir, dadas las enormes coincidencias, tanto personales, locales como artísticas entre lo que acababa de ver y yo mismo, como en mi propia casa, probablemente muchas más de las que tengo con una gran parte de la gente de mi propio pueblo.

 

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