Las siestas no suelen deparar muchas sorpresas, dependen del cuerpo, el sofá y, si hay menos gana, de lo que “pongan en la tele”. Y por este mes de Julio, cuando, mando en mano, uno empezaba a zanganear canal tras canal, solía tropezar con las bicicletas, revisión o repetición de una ceremonia de otros años, cuando era más joven, que todavía sigue dando de comer a ciclistas y televisiones, una relación inseparable e imprescindible para las bicicletas, probablemente sin televisión no habría bicicletas, o habría muchas menos ¿quién si no el tipo del sofá estaría en el punto de mira de la publicidad? A lo que iba, como entonces también hoy suelen acumularse una gran cantidad de aficionados en las etapas de montaña, y todavía hoy algunos majaderos ocupan el centro de la calzada vociferando y gesticulando simplezas, haciendo peligrar la estabilidad de los ciclistas, con tal de salir en la tele -imagino a mamá en casa con la grabadora a punto para tomar nota histórica de las sandeces del niño, ¡tan grande ya!-; pero los que me siguen llamando la atención son los de las banderas, no hay país más banderero que éste, excepto quizás los yanquis -pero allí la bandera es algo más solemne, más, digamos, trascendente-, además, nosotros tenemos más; hay españolas, con toro y sin toro, o con escudo, catalanas con y sin estrella, o con flores de lis, republicanas o copias vascas de la Union Jack británica, seguramente me perdí algunas. Siempre me han resultado curiosos los tipos de las banderas en las carreras ciclistas, probablemente gente sin ocupación o de gustos raros que a cambio de algunos euros busca los puntos cruciales en la ascensión al puerto del día para hostigar a las motocicletas con cámara de la organización y justificar sus emolumentos a cambio de los correspondientes segundos de pantalla-me descubro ante los oscuros y febriles cerebros de los paganos a la hora de intentar captar acólitos para la causa banderil. O tal vez se trate de enfervorecidos patriotas de verbo ignoto e imperiosa necesidad de protagonismo a costa de lo que sea, tipos que, a falta de mayor locuacidad, don de gentes, simpatía, educación o civismo a la hora de explicarse o hacerse valer, prefieren dar la nota y suplir sus lagunas con una enseña que supuestamente debe incidir de algún recóndito modo en el esforzado tipo de los pedales que se lo encuentra de frente, o tal vez en algún amodorrado televidente que, milagrosamente, descubra y entienda que, mediante tal lenguaje de signos y a falta de nada mejor, ¡hostias! ese es de los míos; de todos modos es de agradecer que todo quede ahí y no pretendan dar el paso siguiente de jurar y matar por ella, aunque nunca se sabe, siempre hay gente con necesidad de hacer públicas sus fidelidades si con ello enmudece o puede humillar a los demás. En fin, a falta de la cordura y capacidad para relacionarse y asistir a espectáculos públicos -qué tal el espontáneo ¡ánimo! o el saludable aplauso; es cierto, algo sosos- siempre vienen bien simples dispuestos a echarse a la calle y dejarse la piel aullando procedencias o pregonando consignas fabricadas por otros más espabilados -jefes, caudillos y salvapatrias- que suelen permanecer al acecho a buen recaudo. La simbología de las banderas, que la tienen y para mucha gente es algo honorable, debería limitarse a los mástiles.
PD. Lo que solo pretendía ser un pequeño apunte a raíz de una emisión televisiva ha ido dando paso a muchas más ocurrencias. Si en la actualidad comparamos cualquier retransmisión deportiva con las de hace años, lo primero que notamos es la completa ausencia de banderas y estandartes en el público de entonces, allí el deportista era el héroe, independientemente de su origen o filiación. Hoy, en cambio, lo primero que hace reconocible a un deportista no son sus éxitos, logros o méritos sino la filiación nacional a la que pertenece, para ello ya hay gente aleccionada y dispuesta, que siempre aparece de nadie sabe dónde, a punto con la divisa correspondiente y lista para endosársela al campeón que, obediente, la agitará sin saber muy bien por qué, tal vez sea porque sólo entonces el héroe desciende al mundo y las miserias de los mortales. Y lo que en principio únicamente era una hazaña de un tipo excepcionalmente dotado o concienzudamente preparado, acaba convertido en otra fanfarronada nacionalista más -¿recuerdan los despliegues banderiles de los nacionalsocialistas alemanes?- que no hace sino enfermar el ambiente. Siempre la misma historia, una historia que nos estamos comiendo sin apenas darnos cuenta.