Hoy día resulta difícil estar al tanto de las novedades porque cualquier cosa puede ser novedad, según quién o qué, más difícil todavía es escarbar entre tanta supuesta novedad o información y obtener algo que merezca la pena, ya sea en lo concerniente a lo que expresamente uno desea como en lo que se refiere a la fiabilidad de lo que cada cual está dispuesto a llevarse a la boca. Y si a ello añadimos la insólita creencia de que todo quisqui tiene el derecho a decir lo que le venga en gana sin que nadie, mejor informado o con mayor conocimiento acerca, pueda ni siquiera afearle el gesto, la cosa se pierde en el horizonte. El desperdicio de tiempo puede ser inmenso. También es difícil no repetir o repetirse cuando se tiene intención de hablar o escribir acerca de algo o alguien porque ya otro habrá puesto en su punto de mira y consiguiente circulación lo que uno anda buscando, porque aquel es más rápido, en muchas ocasiones sin que le importe o simplemente le pille de paso. Pero, con todo, eso no es lo más importante, tanto en la forma como en el fondo los asuntos relacionado con las personas siempre se parecen, da igual el tiempo o el lugar, la materia prima no ha cambiado en centurias y aunque los tiempos pinten con más brillos o velocidad las cuestiones son básicamente las mismas, asuntos que tienen que ver con la sinceridad y la confianza, con el temor o la esperanza, con la pasividad, la inercia o la decisión.
Como en el resto de Europa por aquí han tenido lugar unas elecciones al Parlamento Europeo en las que se nos intentaba vender un futuro que parecía mágicamente depositado en nuestras manos, nada menos que el mañana de un continente y unas personas que cada vez se entienden menos a sí mismas y son menos protagonistas de sus propias vidas. Mentira y gorda, porque los que nos venden oportunidades semejantes son los que necesitan de nuestros votos para que las cosas permanezcan como hasta ahora. Ya lo sabíamos, lo increíble es que todavía haya gente que no mueva un dedo por evitarlo, o les crea. Y sin embargo sigue siendo cierto que mientras no desaparezca por completo el simulacro del voto cualquiera puede depositar la papeleta que al resto le gusta considerar equivocada por inconveniente, inapropiada, a destiempo o ¡vete a saber qué! ¡Ah! la sabiduría de los expertos…
Pero hete aquí que no en todos los países los ciudadanos han valorado, opinado, deseado y/o votado del mismo modo, aunque los problemas fueran los mismos, como ya dije antes, los miedos no suelen serlo, los sueños tampoco, ni las esperanzas, ni la solidaridad, sobre todo cuando se mezclan la desconfianza y el orgullo. Por eso han sido tan diferentes los resultados en países vecinos como Francia y España, doctores habrá argumentando las diferencias en cuestiones históricas, de raza o cultura, vestigios de otros tiempos que siguen de actualidad, etcétera; sin embargo y mal que les pese a algunos el presente es de los vivos, los que habitan actualmente el mundo, son, al margen de débitos pasados y responsabilidades futuras, los que deben llevar la voz cantante, son sus vidas y nadie tiene derecho a condicionarlas de ningún modo; las valoraciones, reprimendas y justificaciones siempre vienen a posteriori, sus autores juegan con ventaja pero, afortunadamente o no, juegan tarde. Así, mientras que el carácter francés se ha dejado guiar más por Asterix que por Camus, por aquí las cosas han vuelto porque nunca se fueron del todo, el Quijote sigue pesando en la condición de los nativos de esta parte del mundo, lo que, por otra parte, bien puede hacerle a uno enorgullecerse de ello.
De aquel 15-M viene este Podemos, esgrimiendo una serie de propuestas tan básicas, tan necesarias, tan universales que da vergüenza tener que reivindicarlas todavía hoy. Democracia para todos y derechos humanos, no me digan que no es para echarse a llorar. Cuestiones demasiado grandes y etéreas poco dadas a concretarse en decisiones inmediatas, que siempre son las que han de marcar el camino; creo que en primer lugar son necesarios objetivos más prosaicos, entre ellos hacer entender a muchos que deben desfilar hacia la puerta de salida, precisamente ese es uno de los mayores problemas, porque no quieren irse, no sabrían qué hacer, sólo se ven a sí mismos advirtiendo, amenazando, predicando y medrando, pobrecillos, siguen sin querer darse cuenta de que su tiempo ha pasado, resisten, podrían dedicarse a vivir y dejar vivir, ya han acumulado suficiente para hacerlo -más que muchos de nosotros-, pero no, ya están sermoneando y reprendiendo a los más asustadizos, la generalidad, haciéndoles creer que sin ellos entonces el mundo se vendría abajo. ¿Les suena?