Precisamente ahora

Precisamente ahora, cuando ya creía estar de vuelta de todo, acosada por un cuerpo que cada vez le ponía más inconvenientes y obligada a bregar con él en su contra, sin odiarlo ni castigarlo, era cuando de más tiempo disponía para detenerse y mirar alrededor y disfrutar como, al contrario de lo que alguna vez pensó, había gente a la que le gustaba sentarse y hablar, que te miraba, si no con cariño, sí escuchándote hasta cuando permanecías callada, dudando en lo que decir o dándole vueltas a si lo decías y por qué habría de interesarles a aquellos que en los peores momentos sólo te lanzaban sospechas de que se movieran al compás de alguna broma de mal gusto con la intención de, cuando menos te lo esperaras, lanzarte una pulla, descubrir una cámara oculta, y reírse de tu ingenuidad de mujer estúpida y sin experiencia que tanto te había dolido desde siempre, desde que los primeros hombres se acercaran sin pudor y con la única intención de tocar allí donde a ti no te importaba pero dónde no podías dejarlos entrar porque cada cosa requería un tiempo y un modo, que nada podía cogerse de cualquier manera y que lo primero que había que hacer fueran cuales fuesen sus intenciones era dar a entender que sabían que sabías que antes de entrar a saco hay que llamar a la puerta. Eso era todo, y últimamente, cuando no tenía nada que perder ni ofrecer se encontraba con gente que no le exigía ni le pedía nada a cambio, sino que se sentaba delante de ti y simplemente te escuchaba, preguntaba cuando dabas opción y siempre cuando estaban seguros de que habías acabado hablaban ellos, si no para volverte a preguntar si al menos para dejar pasar el tiempo a tu lado -¡contigo!-, que siempre te habías avergonzado pensando que aburrías hasta a los árboles y preferías permanecer callada por temor a perder la pata y cuando más enfadada por un estúpido orgullo que se jactaba de ocultar a los demás lo que de hermoso o interesante había en ti, a saber, como suele suceder, en ocasiones nada, el resto un exceso de cariño que nunca nadie te enseñó a poner en juego para disfrute de los que estaban a tu lado. Por eso ahora era tarde, y sin embargo sentías que no tenías prisa, que estabas viva, el teléfono sonaba y hasta en los momentos más tristes te olvidabas de ellos porque tu mano se tendía inmediatamente hasta que al otro lado alguien la recogía sin preguntar, tal y como un chiquillo da la mano a su padre o un adolescente busca en los ojos de su amigo otra cosa que no sea su propia curiosidad.

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario