Dakar no aparecerá para quien busque un lugar llamado Dakar en el itinerario fantasma de esa especie de engendro moto-mediático que insaciablemente se repite cada año, claro, no deja de ser una etiqueta que como la de cualquier marca vendible intenta atraer a algunos o muchos al sofá, salen coches y motos, también camiones -o cualquier vehículo autopropulsado con derivados de petróleo al que se le pueda pegar un adhesivo publicitario-; pero hay otro inconveniente, usted no podrá verlo en directo porque, dicen, sucede en la otra punta del mundo, y para confirmarlo, siempre según la prensa y los medios audiovisuales, le muestran tipos solitarios conduciendo por ningún sitio motores de explosión forrados de pegatinas, u otros tipos reparándolos -luego parecen de verdad-. Como todo videojuego el invento se apoya en una escenografía bastante realista y está sujeto a ciertos riesgos reales -¡ojo!- que tratan de lustrar con una patina de fiabilidad el propio circo, y si por desgracia se producen víctimas, también reales, éstas, de pronto tan queridas como precipitadamente desconocidas, reciben sus minutos de gloria post mortem pasando automáticamente a engrosar unas estadísticas y una épica absurda carentes de todo sentido.
Sin necesidad de echarse a llorar por los tiempos en los que el Dakar se hacía terrenal y los aficionados -que supongo los habría- podían ver y tocar a sus héroes metálicos sobre ruedas, también a los tipos que los conducían, hoy tal sello es un exclusivo dinosaurio mediático obligado a reinventarse de la nada hacia la nada, porque sin prensa ni televisión el Dakar no existiría, no hay público, es sólo un videojuego cutre al que usted tampoco puede jugar, o sea, humo, ¡puf! Sin porqué, terrenal o metafísico, queda la justificación principal de tal desatino, a saber, una gigantesca campaña publicitaria que llega a cualquier parte del mundo al margen de demandas y expectación, un montaje publicitario hueco e inservible excepto para quienes se dedican a hacer caja al final a costa de una publicidad salvaje e indiscriminada que encarecerá lo suficiente como para generar pingües beneficios el helado que tanto nos gusta o el producto que, relacionado o no con el motor, adquirirá inconscientemente guiado el inocente usuario. Como no existe competición posible que pueda seguirse o con la que emocionarse la empresa vende -ni quiero imaginarme los precios- producciones enlatadas similares a aquellos Cómo se hizo tan de moda hace unos años en los que se destripaba todo el proceso de producción y realización de una película. En los Cómo se hizo del Dakar, que en este caso y por necesidades del mercado son diarios, se muestra que detrás del videojuego existen personas de carne y hueso que sufren y se fatigan, que pasan privaciones y son maltratadas por la cruel naturaleza, supongo que se me escapan algunas fibras técnicas que obligatoriamente habrá que tocar para sujetar al sufrido espectador que tropieza en su zapping diario con tanto motor y desierto sin fieras; también vienen bien para recubrir de oropel el negocio frases lapidarias, que los medios se encargan de propagar a los cuatro vientos, masticadas por tipos duros de una sola dirección a los que sólo los muy fieles reconocen, tales como “si todos llegaran a la meta esto no sería el Dakar” (?) -¿qué te creías? forastero, jo, jo, jo.
El Dakar probablemente salió pitando de Dakar porque los buenos y dóciles africanos se cansaron de ver a pasar por el patio de su casa a toda pastilla tanto tipo aburrido y sin nada que hacer, destrozando y atropellando todo lo que salía a su paso, y decidieron pedir algo a cambio, o más, nunca se sabe -¡codiciosos!-; sin respuesta que echarse a la boca y hartos de las, imagino, sucesivas demoras u occidental indiferencia por parte de los dueños del negocio, estos africanos impacientes optaron por desviarse por la tangente y amenazaron a todo quisque con lo que tuvieran más a mano, y como los cauces democráticos o económicos de pacificación no funcionaron una vez más y los peticionarios seguían con sus pies fuera del tiesto y sin dar su brazo a torcer, lo que hacía que los organizadores y publicitarios dejaran de ganar dinero, los dueños del invento decidieron unilateralmente dejar a los africanos abandonados a su irracionalidad, intransigencia y falta de gusto o progreso y emigrar a otros lugares con menos pretensiones o, visto lo sucedido, con exigencias fáciles de solucionar si los negocios se hacen bien y a tiempo, evitando errores o intangibles antes pasados por alto.
Probablemente por eso el Dakar tuvo que emigrar a Sudamérica, una zona del mundo que, como ya imaginaran, no es que ande muy boyante -no se fueron a Canadá, Rusia o Estados Unidos, donde existen grandes espacios abiertos, sería muchísimo más caro; tampoco Asia era buena idea, demasiada gente y demasiados conflictos-, negociaron unos acuerdos a largo plazo que pudieran amortizar con seguridad y vuelta a empezar, pero no podían quitar la pegatina original, no sea que la gente se perdiera y hubiera que comenzar de nuevo con otra larga campaña publicitaria de introducción. Por fin había por dónde continuar a la hora de sacar tajada de tanta engañosa necesidad de aventura de tanto menesteroso, aburrido o inadaptado impaciente por satisfacer unas ansias de notoriedad que sólo sirven para ocultar carencias, como si la vida diaria no conllevara un plus de riesgo incorporado, sobre todo para intentar, saber y poder entenderse con el de al lado, que al igual que uno siempre tiene algo que decir y le gusta que le escuchen. En la soledad de la naturaleza no hay que discutir ni aguantar a nadie, la naturaleza sencillamente se deja hacer o se aguanta y los héroes disfrutan como críos mostrando al mundo sus egoístas habilidades, eso sí, bien guardados en la seguridad de un gran aparato medico-asistencial inaccesible e inimaginable para el resto del mundo -¡toma ya!- pagado por unas empresas a las que sólo les interesa vender lo posible y lo imposible, lo vendible, invendible o inservible a costa de televidentes alucinados o sencillamente aburridos. Tampoco cuesta mucho imaginarse a pringados rascándose el bolsillo por salir en la tele e intentar dar un mordisco al melón.
Poco más, acabará la prueba, se cerrará el tenderete y comenzará el recuento de beneficios y la planificación al alza del negocio para el año que viene.
NOTA. Y por si no oliera ya suficientemente mal tal engendro moto-comercial sólo faltaba la esplendorosa torpeza de este año, en el que pasándose por el arco del triunfo cualquier simulacro de competición -hasta tal punto llega el descaro-, amañaron los vencedores por vaya usted a saber qué acuerdo suscrito entre bastidores que, por supuesto, jamás nadie se preocupará de explicar sin mentir, ni siquiera por simple vergüenza o un poco de respeto hacia los pocos incautos que todavía se tragan semejante despropósito.