Llewyn Davis

Probablemente el público al que sólo le gusta ver cine comercial se aburrirá en Llewyn Davis, los que se lo pasan en grande entre tiros, persecuciones, explosiones y acción a tutiplén no encontrarán, ni mucho menos, nada interesante en la película; aquellos que prefieren que les cuenten una “buena historia” -siempre según su personal concepción de lo que es una buena historia- tampoco se hallarán a gusto, tampoco los entusiastas de los efectos especiales, ni los que se deleitan descerebrándose con películas complicadas que, sólo más tarde y tras una digestión relajada, te permiten ir atando tanto cabo suelto. No es una película para los que gustan del cine con mensaje, reivindicativo, solidario, difícil, alternativo o se pirran por refritos pseudocinematográficos de autor; tampoco puede verse como cine familiar, ni de aventuras para todos los públicos, épicas o futuristas. Tampoco es cine infantil. ¿Entonces? se preguntarán ustedes.

Llewyn Davis es una película que atraerá a mucha gente principalmente porque es “otra de los hermanos Cohen”, y si usted sabe por películas anteriores de esta pareja tan particular -guionista y director- imaginará  de antemano que va a asistir a una producción muy personal a la que es mejor no ponerle condiciones de partida ni suponerle expectativas que sólo puede proporcionar el visionado in situ, valen las recomendaciones si el recomendador es de fiar o tiene unos gustos que usted sabe que comparten. La misma pregunta que antes ¿entonces? ¿de qué va la película? ¿tan rara es? Ni mucho menos. Llewyn Davis es una película que cuenta la pequeña historia de un hombre pequeño que, como todos los hombres, desea encontrar su lugar en el mundo y ser reconocido por sí mismo, por lo que siente y por lo que, para bien o para mal, cree que sabe hacer mejor, en una suerte de todo o nada que implica vivir al límite a costa de mantener en alto esa especie de dignidad que a todos nos gusta creer que poseemos, aunque sólo sea por el hecho de haber nacido y tener que ocupar algún lugar en este mundo tan desagradecido. No hay mucho más, dejarse llevar por la película, emocionarse o aguardar a que pase algo más interesante, removerse en la butaca o suspirar intrigados por la siguiente escena en un ofrecerse a lo que estás viendo que no requiere nada a cambio, porque, como bien saben ustedes, hay mañanas en las que preferiríamos no levantarnos de la cama y otras en las que nos sentimos los hombres más afortunados del mundo, o al menos seguimos vivos y obligados a lustrar nuestra esperanza.

De su realización, del excelente trabajo de su protagonista y de los estupendos secundarios que dan consistencia a la cinta formen ustedes mismos su opinión, no tienen más que ir a verla.

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