De pronto, el más aburrido de todos abrió la boca: Y todavía habrá gente que se lo crea. El comentario venía a cuento de un anuncio televisivo en el que aparecía una entusiasmadísima y joven señora armada con un limpiador de baño y un trapo gritando a la cámara que sus grifos relucían más limpios que ninguno; allí estaba, tan enormemente feliz contando su experiencia como si fuera la cosa más importante que hubiera hecho en su vida, dando a entender con ello que su paso por este mundo quedaba largamente cumplido y satisfecho. Alguien comentó que la publicidad en televisión se apoya en sesudos estudios de departamentos de marketing en los que expertos en el tema concluyen que sí, que hay mujeres que darían su vida por dejar los grifos limpísimos (¿?). De pronto me acordé del señor con sotana -o prelado-, (de esos que dedican los años de su juventud a memorizar, convencerse y aceptar que es imposible demostrar la existencia de Dios y que, en última instancia, sólo queda el clavo ardiendo de la fe, para luego ser soltados en la tierra del resto de los mortales a predicar entre ingenuos y temerosos necesitados de un pastor que los guíe… -perdón por el inciso-) recomendando un libro escrito por una infausta mano que, más o menos, venía a resumir en una consigna específica el papel de la mujer en este mundo, el de casada y sumisa (¿?).
A continuación recordé el manifiesto de los intelectuales franceses protestando contra la nueva ley que multaba o encarcelaba, no recuerdo muy bien, a las prostitutas que fueran vistas ejerciendo en la calle, a tales eminencias solo se les ocurrió encabezar su panfleto con un, si no me equivoco, “todas son nuestras putas -interesante ese nuestras, toda una declaración de principios- (¿?). Más; hace poco, en una revista de moda de un periódico de tirada nacional, aparecía una patética señora de setenta años encaramada en una motocicleta luciendo pata -de nuevo perdón, por lo de lucir- y un rostro que el temor a la muerte había destruido cruelmente mediante la cirugía estética; también había algo de texto, el pie de una fotografía dejaba caer algo así como que para aquella infeliz ponerse y sentir un vestido era lo mismo que alcanzar un orgasmo (¿?). Y por último, hace ya algo más de tiempo, otro periódico publicó en su edición en internet -desconozco si también lo hizo en la edición en papel- una noticia o reportaje en el que se venía a decir que una escuela de sexo, creo que rusa, buscaba local en España para montar una sucursal. En una de las fotografías que acompañaban a la noticia podía verse una clase repleta de señoras muy formales de todas las edades sentadas ante sus respectivos pupitres, y pegados o sujetos a la superficie de cada uno ellos unos bonitos, coloreados y generosos penes de plástico o silicona bien enhiestos sobre los que, supuestamente, las alumnas debían afanarse chupando, comiendo y lamiendo bajo la atenta mirada de instructoras que las orientaban y aconsejaban para lograr con su esfuerzo y dedicación un resultado fetén; loable tarea (¿?).
Y todo esto por un anuncio y la pregunta que surgió después ¿en qué siglo vivimos? ¿Todavía hay mujeres que sienten y se comportan, o anhelan comportarse, como lo que estos ejemplos venden? Quizás el equivocado sea yo y la cosa no tenga importancia, porque todavía no me he dado cuenta de que la cuestión no es que hoy las mujeres tengan que soportar semejante cúmulo de vejaciones, sino que algunas o muchas aceptan, practican y aspiran a tales ejemplos y prácticas sin que se les revuelvan las tripas. Disculpen, me pongo yo mismo las interrogaciones (¿?).