Otra mañana entre la relativa prisa para no perder el tren, casi siempre es el siguiente, y la convincente seguridad de que llegarás, no hay que sacar las cosas de quicio, siempre llegamos a tiempo. Mientras caminamos ocupando de lado a lado las anchas aceras, acariciados por la escasa brisa que se escurre entre las calles, vamos dando un repaso a los pocos planes previstos, son unas pocas manzanas y muchos árboles hasta la boca más cercana, donde enfilamos las escaleras hacia el subsuelo de la ciudad; a los pocos escalones recibimos de lleno el sopapo de la humedad que en estos días nos acosa sin tregua, aquí abajo no hay brisa ni sombra, sólo calor y más verano que dilata nuestra piel, un túnel dentro del túnel, ante lo que el cuerpo reacciona rompiendo de inmediato a sudar; vuelves a quitarte de la cabeza que regresar a la carrera a la ducha no es la solución, sería el cuento de nunca acabar, así que continúas intentando que los sucios, grises y blanco-grises de los pasillos no acorralen aún más tu voluntad, no hay escapatoria, se trata de un trámite hasta la resurrección al otro lado del río, nuevamente a la luz de la mañana. Te sientes encerrado pero todavía no agobiado, en camino, ya es algo, pruebas a distraerte con lo mucho que te gustaría hacer hoy y la escasa preocupación porque no sea, que al final el tiempo no llegue, sabes que no son necesarias las prisas, la ciudad, que se va convirtiendo poco a poco en conocida, no necesita prisas, estaba aquí antes de que tu llegaras y tampoco tiene previsto irse, no hay otro posible emplazamiento. De nuevo el lector de tarjetas, que esta vez funciona a la primera, GO; ahora viene la ligera inquietud por si ese que estás oyendo es el tuyo, tampoco sabes si va o viene, o era de paso, quizás un express, y sin darte cuenta aprietas el paso, miras hacia atrás para meter prisa a los otros y sin apenas advertirlo pasas junto a ella, con el tiempo y la atención suficiente, mínimos, para reparar en que aquel sobrio destello no estaba allí ayer, y sin embargo puedes decir que no es normal; cuando vuelves la cabeza sin tiempo para pararte confirmas que sí, has visto bien y sigue exactamente en el mismo sitio, en la misma posición, tomas una instantánea mental porque intuyes que aquello no se volverá a repetir, tal vez pase mucho tiempo, o nunca. Para cuando desciendes el siguiente tramo de escaleras te mueves casi automáticamente -otro más que se va-, pero no te importa, vuelves a girar la cabeza y desde abajo la reconoces en el mismo lugar, igual de erguida, no, no es eso, no es erguida, está ahí tal como es, ensimismada en su teléfono móvil, esbelta, elegantemente sencilla, desde el último cabello de su enorme y negro moño de trenzas africanas, más negro que el brillante y oscuro color de su piel, hasta las puntas de sus blanquísimos zapatos de tacón alto que, juntos, unidos o pegados, da igual, la soportan como si fuera un cariátide griega apuntalando su propia belleza, perfilada por un vestido de tonos verdes y amarillos, más claros y más oscuros, que colorean la tela de arriba abajo y viceversa; una hermosa y sobria estatua de carne y hueso, aún más alta y delgada, o no, ya lo dudas, absorta en su rutina, que en medio de tantas prisas, sudores y suciedad desenfoca la vista de los viajeros, no los alegra ni los perturba, los hunde más en la penuria del aquel anodino ambiente subterráneo iluminando con su sola presencia toda la parada, una efímera e imborrable imagen que para los afortunados como yo representa un canto a la exclusiva cualidad de lo eterno que sólo algunas personas consiguen transmitir con su sola presencia. Vuelves a la realidad intentando adivinar si estás en el andén correcto, Uptwon o Downtown, y cuando tu tren llega y te dejas caer en la frescura del asiento libre que te ha tocado el tran tran de la marcha va meciéndote mientras buscas en tu cabeza el reposo necesario para volver a repasar y saborear el placer que acabas de tener al alcance de la vista, intentando que no desaparezca ni el color, ni el trenzado, ni el blanco, ni el calor, ni la imagen que, probablemente habrá cobrado realidad y ya estará en movimiento hacia el mismo mundo pero, como siempre ha sido, en otro lugar.
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