Verano

Tal vez sea porque es verano, agosto y los astros coinciden, porque toca o porque, desgraciadamente, las cosas y sus protagonistas son así, o somos, puesto que nadie parece librarse. Es verano y toca sestear, la vida se ralentiza y los cerebros se desconectan admitiendo más basura de la que habitualmente solemos tragar -nunca he entendido ese tipo de desconexión-; los periódicos, malos y peores, se dedican a publicar simplezas, cualquier texto medianamente largo que tenga un punto y final -da igual su calidad y lo que cuente-, cotilleos y supuestas noticias de gente que en condiciones normales nunca serían noticia. Nadie se queja de que a la parsimonia y apatía general de una temporada se sume el dislate de, quieras o no, hacer como si no existieras, o fueras estúpido. No sé cómo la prensa no ha denunciado a la población egipcia por incordiar con sus necesidades de libertad y democracia ensuciando las bonitas sandeces del verano. Aquí ya hace tiempo que dejamos lo de la libertad y la democracia para las hemerotecas y los historiadores, porque el verano es pereza, juerga y cachondeo y porque nosotros no vamos a mover un dedo en verano para intentar arreglar nuestra propia vida -si hasta el gobierno se va de vacaciones y esto sigue funcionando, luego ¿para qué sirve el gobierno?-; la administración también se lentifica, todavía más, hasta casi detenerse -prohibido tener problemas-. Ya llegará el otoño y de pronto nos acordaremos de dónde estábamos antes del verano, retomaremos la canción, volveremos a quejarnos, reclamaremos a quien entonces toque y aguardaremos sin saber qué, pero, eso sí, el verano que habremos pasado no nos lo quita nadie. Si ninguna persona deja de respirar, dormir o comer en verano no sé por qué hemos de aparcar nuestra vida y nuestros problemas cómo si durante esta época del año esperáramos a que se resolvieran solos.

Hace cien años la medicina sólo tenía una respuesta para las dolencias sin solución médica -los antibióticos aún no habían llegado-, tiempo y reposo. Será eso.

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