La marca

A los pánfilos siervos de Alemania que en la actualidad gobiernan este país les ha dado por inventarse memeces para intentar calmar los ánimos y entretener al personal haciendo algo, da igual qué, y como su inteligencia no se distingue por su agudeza y más bien se mueve bajo mínimos por flagrante incapacidad -menos cuando hay algo que echarse al bolsillo- o tara natural, no se les ha ocurrido mejor eructo que mortificar a los ciudadanos con una majadería tamaño extragrande, eso de la “marca España” (?), cuando deberían saber, si son algo instruidos, que la única marca España que el mundo reconoce es la que inventaron los franceses en el siglo XIX, es decir, un territorio en el sur de Europa de geografía física y humana casi africanas habitado por tipos patilludos de corta estatura, greñas negras y ceño cabreado, simples y supersticiosos, con gusto por las voces, la juerga, las bravatas y tirar de navaja, pasionales -léase reprimidos y tristes machistas-, dados a lo chulesco, al amor de madre y a los toros -ese anacronismo, colmo de la chulería, en el que se acuchilla hasta la muerte a un animal acorralado entre palmas, sudor, moscas y sangre, un suceso que causaría vergüenza ajena a cualquier tipo con sentido común y un poco de humanidad que se sintiera habitante del siglo XXI-; a los que acompañan hembras, también morenas, de rompe y rasga, definición bastante imprecisa porque no especifica si se refiere a señoras manirrotas y descuidadas o, en cambio, a ese otro tipo tan del gusto masculino de por aquí, sólo presencia y ninguna luz. Que traducido a lo políticamente correcto viene a ser, más o menos, gente primitiva, amable, obediente y con poco seso con tendencia a la fanfarronada, a lo que cabe añadir, pastoreada durante siglos por una casta sacerdotal, mantenida en el poder por una camarilla de familias de señoritos estirados y fachendosos, encargada de fomentar entre la población la credulidad, los fanatismos y la superchería con el cuento de alcanzar un paraíso irreal y desconocido a medida que se vayan muriendo…

Dirán ustedes que algo habrá cambiado la marca España desde el siglo XIX para que a los señores del gobierno, además de estar expoliando el país con paso obediente y marcial, se les haya ocurrido publicitar tamaña imbecilidad, porque en la actualidad absolutamente nadie por estos lares sabe de una marca España, qué puede significar o qué intenta vender, a no ser que sea miseria y tercermundismo.

La marca España hoy vende un país desencantado, que ya es algo, del que se ha vuelto a apoderar el mismo conservadurismo tradicionalista y reaccionario que ha venido manteniendo a la población en la más absoluta ignorancia a lo largo de la historia, y unos ciudadanos desnortados sin presente ni futuro -la más rancia religión católica está recogiendo sus buenos frutos de tal desorientación-; un futuro en el que la educación, que en cualquier otro lugar sería la piedra sobre la que construir, se halla en franco retroceso -desmontada paso a paso y sin piedad-, siendo sustituida por procesiones, rezos, sermones, fiestas y una cultura a la que gustan llamar popular y que no deja de ser más toros, fútbol y lotería. No hace falta ir más allá, la educación que se ofrece a los propios hijos es un buen ejemplo del pelaje de los tipos que se dedican a vender la marca España. Mientras que hace unos días en Italia el gobierno pedía perdón a sus jóvenes por obligarles a salir al extranjero en busca de trabajo, por estas tierras el gobierno los anima y se lo agradece, ya que van a Europa (?) -cuando aquí siempre se ha desconfiado de Europa, sonaba a Ilustración, ciencia y progreso, aunque ahora está bien porque suena a subvenciones-; menos habitantes, menos gastos en educación y menos trabajos que crear, es fácil.

Fe, resignación, sumisión, obediencia ciega, caridad, milagros, sensación de temor e inseguridad, desconfianza por falta de confianza en sí mismo, zafiedad y orgullo patrio puesto en otros a cambio de educación, dedicación, respeto, autoestima, solidaridad, colaboración, justicia, ciencia y voluntad, cualidades estas últimas que cualquier individuo que descollara artística o intelectualmente por estos pagos tenía que llevarse consigo cuando era expulsado por criticar lo que se estaba haciendo con sus conciudadanos y exigir lo mejor para ellos, como está sucediendo ahora. Normal, si tenemos en cuenta que la marca España siempre se ha nutrido de la podredumbre cocinada en el Concilio de Trento.

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