Juegos 2

Volvían a verse después de ninguno sabía cuántos años, aunque tampoco eran tantos ¿o sí? debido a una contingencia que a nadie agradaba pero que las costumbres, los buenos recuerdos, un cierto compromiso y los restos durmientes de la amistad que entonces fue obligan a cumplir ni en contra ni a favor de la propia voluntad; y a pesar de todo asistían con gusto y también curiosidad, además de algún intento por recuperar el tiempo perdido o cerrar definitivamente aquella deuda que luego y sin venir a cuento pasó a instalarse en la columna de pendientes. Entre aquellas paredes tan feas y tristes, aquel despliegue de marrones sucios y ya sin brillo de los que el tiempo no había tenido piedad e interrumpidos por un mobiliario sacado de una película de terror andaban de un lado a otro buscándose y evitándose entre encontradizos y sorprendidos, o francamente contentos, dejándose enredar por las novedades -que en algún caso eran muchas- cuando eran capaces de admitirlas sin menoscabo del vuelto a ver, en ocasiones y a la vista del aspecto del otro con ganas y cierta vergüenza por preguntar, por aquello de dejar pasar el tiempo mientras se observa a la pieza, y con algún interés, en muchos sincero, en otros un salir del paso, recelosos o no teniéndolas todas consigo a la hora de ser ellos los preguntados, por si acaso, aunque para otros la pregunta por venir fuera la ilusión más deseada, preguntas y más preguntas para decirles a los que se lo merecían que ella o él o sí había triunfado, las cosas le iban estupendamente y el dinero se le caía de los bolsillos. Pequeñas y mezquinas venganzas asumidas y fijadas por un resentimiento anónimo o sin objeto para los demás que el presente desconoce pero al que obligan a doblegarse llegando a convertirse en el leitmotiv de toda una vida. Y como las paredes no se movían y los minutos para buscarse se prolongaban en exceso al fin se formaba un pequeño grupo que en última instancia animaba a los más perezosos a aproximarse entre un risueño barullo de reconocimientos, saludos, preguntas y respuestas… ¿Qué tal estas? ¿Tú eras…? ¡Cómo has cambiado! ¡Qué bien se te ve! Charlaban e intercambiaban más recuerdos que realidades, en algunos casos con la previsora moderación a la que obliga la prudencia, intentando no herir a quién no le ha sonreído la fortuna o la vida ha tratado con menos consideración, por no mencionar a quien sencillamente se lo ha merecido o ganado a pulso, siendo preferible dejar algunas cosas para el postre, o saltárselas, o postergarlas para cuando el grupo se disgregue y cada cual acaba con quien mejor migas hacía o ahora hace. Hasta entonces ¿qué tal te van las cosas?

El buen ambiente y la renacida confianza gobernaban el grupo y de pronto alguien se desmarcaba dejando caer si entre los presentes alguno recordaba lo de la ardilla… en el parque… sí mujer… ¿Quién fue el que le dio con el palo y la dejó medio muerta junto a un árbol? ¿Cuánto hacía? ¿Treinta años…? Y sin tardanza aparecían los ¡Ah! ¡Sí! Ya me acuerdo… fue en el cumpleaños de… de eso no estaba tan seguro. Qué salvajes éramos. Risas. Niños, tampoco te pases… y ella era -la que reposaba de cuerpo presente en la habitación de al lado-… la reina; siempre era la reina, le gustaba organizar y repartir los papeles, adjudicar a cada cual el sitio que según ella le correspondía… Es que fue siempre así… Por eso ha pasado lo que ha pasado… Se hizo un silencio en el que la mayoría de ellos se perdió. ¿Qué había pasado? ¿Qué no sabían? María yacía muerta a pocos metros de dónde estaban reunidos y por lo visto desconocían cómo había sucedido, parecía que la versión oficial no era la que casi todos creían.

Ahora se miraban con expectación aguardando a que la camarera mayor de entonces dijera lo que hoy ella supuestamente sabía y ellos no… ¿Qué quieres decir? preguntó cualquiera. Desde que murió su marido no había levantado cabeza; nos llamábamos de vez en cuando, y aunque intuía que no me lo contaba todo, estaba en su derecho, yo me enteraba del resto en las pocas ocasiones en las que aparecía por el barrio, y fui dándome cuenta de que era lo más importante. ¿Sabíais que su marido también murió en un accidente de tráfico? Nadie dijo una palabra. Después de aquello creyó que podría con todo pero era imposible, el trabajo, sus hijas, sus padres, no sé si está bien que lo diga pero a veces pienso que el coche y el paso de cebra fue lo mejor que pudo haberle pasado, si, ya se, es un disparate lo que estoy diciendo, pero es que era incapaz de darse cuenta de lo vacía que se estaba quedando, tanto esfuerzo por llegar y estar en todos sitios y luego se te cruza un gilipollas con un móvil que no respeta un paso de cebra y te manda a tomar por culo… No sé por qué a las mujeres nos gusta creer que podemos hacernos cargo de todo, por qué hemos de arrastrar ese plus de responsabilidad que luego poco a poco nos va matando… ¿Y si le gustaba? Tampoco te pases… No era tonta. Te equivocas, sí que somos tontas, se nos va la fuerza por la boca y la vida en los demás. Tanta comprensión… Eso no es cierto… todas no somos así. Demuéstramelo… Los tíos sí que lo hacéis bien, vais a lo vuestro… tenéis algo que hacer o simplemente nunca estáis… Tampoco vale; yo… Pues serás tú el único… Al final se nos ablanda el corazón y regresamos o huimos despavoridas y con una culpa de campeonato… Siempre la misma historia, empezamos muy fuertes y luego acabamos destrozadas, desencantadas y agotadas, y sólo unas pocas disponen del tiempo suficiente para recuperarse y darse algún gusto, si antes no viene algún tarado con carnet de conducir y te manda a la mierda… me repito; un accidente, igual que le pasó a la pobre ardilla, qué curioso… que venga alguien y solucione este inconveniente, tenemos prisa…

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