Sevilla

Aunque a primera vista aquello parece tener un sentido o funcionar, cuando uno contempla el arrobo y silencio entre el que los pasos desfilan le queda la duda y la corta valoración de que tanto y tan aparente respeto y veneración sean únicamente eso, simple adoración. Cuesta creer que haya algo más de lo que se ve, contando con que uno ya ha decidido de antemano obviar el desfile de jerarquías y linajes sociales bien diferenciados y a la vista en cada calle y esquina, probablemente el aliento de un ferviente no se qué poblando y nutriendo los corazones de cada fiel, curioso u observador decidido a comulgar con la mayoría en una escenificación que, repito, deja más interrogantes que emociones. Ni siquiera la profusión de orgullosa altanería, de genuina superstición con ínfulas de piadosa religiosidad, casposo y arcaico inmovilismo, platas y dorados, infinitos reflejos, más negros que luces, cirios y velas para producir todo un año, flores andróginas, gritos, reconvenciones y silencios, trajes, mantones y mantillas, pasos, arrastres y deslizamientos consiguen despejar las sombras, tan reales, que inevitablemente revolotean alrededor de una mirada imparcial -la cuestión se reduce a si estás o no estás con la representación-, y si no estás qué es exactamente lo que se vende allí, ¿una curiosidad antropológica que, al margen de la exuberante profusión de medios técnicos de los que se vale la comunidad que la pone en juego, no deja de ser otra manifestación tribal de imaginería totémica de las que todavía sobreviven en este mundo? ¿A qué deidad tan pequeña, variopinta y confusa dicen adorar aquellas personas? Uno mismo, como buen incrédulo, quiere creer que Dios, para cualquier creyente que se precie de tal, es algo más que un espectáculo de luces y falsas imágenes, tal vez porque sospecha que cuando la inevitable normalidad regrese mucho de aquello, si no todo, habrá desaparecido por completo sin dejar ningún rastro en el día a día de esas mismas personas, que volverán a su condición sin que ninguna atmósfera mágica, milagrosa y ni mucho menos fraternal o solidaria les resuelva sus problemas más íntimos o dolorosos; quizás ese montaje permanezca en la memoria del turista o del simple espectador, que se felicitarán por haber asistido, confundidos, atónitos y admirados, sin entender completamente el trasfondo de aquello, imaginando que lo tiene pero que él no sabe verlo, a una rancia e inexpugnable costumbre más propia de culturas en desarrollo que de una moderna sociedad del siglo XXI.

Pero para confirmar las peores sospechas el mismo escéptico espectador no tiene más que acudir a cualquier iglesia en los días posteriores a la gloriosa celebración para darse de bruces, entre un polvoriento y curioso silencio, con un sombrío vacío, una desolada ausencia donde antes proliferaban el tremendismo, un obligado fervor y una desenfrenada pasión; un hueco enorme del que han desaparecido todo resto de calor y humanidad dejando a la vista una negrura translúcida incapaz de delatar ausencia alguna. Por eso, cuando uno se planta ante esa estructura que antes de ayer lucía como espléndido, sagrado y casi milagroso portento y sólo ve un pobre armazón de madera y hierros soportando un supuesto manto del que también llega a dudar si de excelente tela o burdo cartón piedra no teme haber sido engañado, sino que vuelve a preguntarse qué tipo de folclórica y ancestral idiosincrasia oprime a todo un pueblo durante una semana para abandonarlo el resto del año. Porque si la cuestión es poblar nuestras vidas de creencias, misticismos, sueños e ilusiones repudiando al mismo tiempo un mundo preñado de hermosas realidades, negándolas para echarse en brazos de un inconsciente colectivo religioso sobre el que nada se puede preguntar porque carece de respuestas, no deja de ser una evasión consciente a la que por propia conveniencia se prefiere alabar y vitorear con gran ceremonia porque gusta imaginar que presuntamente une almas, que no terrenales corazones, en los que desgraciadamente también inocula un odio inmisericorde.

Esta entrada fue publicada en Viajes. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario