Señales

Lunes 04/02/2013. El ministro de Educación, José Ignacio Wert, ha señalado que se debería «inculcar a los alumnos universitarios a que no piensen sólo en estudiar lo que les apetece o a seguir las tradiciones familiares a la hora de escoger itinerario académico, sino a que piensen en términos de necesidades y de su posible empleabilidad». Wert ha indicado que en algo estará fallando el sistema universitario si la mitad de los titulados lo son en Ciencias Sociales. «Eso quiere decir que no estamos siendo eficaces a la hora de mandar señales a quienes entran en el mundo universitario», ha apuntado.

¿Lo han entendido bien? Lo ha dicho ese señor con cara de ladrillo y permanente media sonrisa -de esas que cuando uno la tiene ante sí no deja de sentir la incómoda y desagradable sensación de que el otro se estuviera riendo de tus muertos en tus propias narices-, un tipo curioso que bajo una nevada de alerta roja sería capaz de asegurar con toda firmeza y sin que le cambiara el gesto, sin parpadear ni perder la compostura, que en esos precisos momentos usted y él disfrutaban de un sol espectacular. Y tú preguntándote como un imbécil por qué cojones tienes frío y te estás quedando más blanco que la nieve. Es digno de elogio que alguien de su posición se preocupe por todos esos jóvenes que tienen que soportar pesadas tradiciones familiares de trabajo y más trabajo trabajando también ellos mismos, si esos jóvenes estuvieran atentos a las señales no pensarían trabajar como los pesados de sus padres y se dedicarían a la política, de la que cualquiera puede vivir sin necesidad de pasar por ninguna facultad, sólo haría falta relacionarse socialmente con quienes tienen dinero y únicamente exigen leal pleitesía, que les sobes el lomo cuando toque, te arrastres a su paso o les cantes y bailes cuando no haya nadie cerca para pasar el rato -las propinas pueden ser muy interesantes-; también podrían dedicarse directamente a robar o, ya puestos, inventar alguna variante de economía creativa, de esas que apuntan un gasto de diez, un ingreso de cien mil fuera de impuestos y la declaración de la renta les sale a devolver, eso sí tiene futuro, se ha venido enseñando en escuelas y facultades de fama mundial. Infórmense, infórmense.

Resulta curioso que un señor que en su momento estudio derecho -tradición familiar, supongo- no ejerza de abogado, con su buena labia, aunque le ha ido mejor con algún que otro máster en -curioso- Ciencias Sociales, lo que ha permitido patearse ofreciendo sus servicios numerosos organismos estatales -universitarios o no- relacionados con las Ciencias Sociales, fraguándose una experiencia profesional que nada tiene que ver con el derecho, eso sí, siempre a costa del erario público, me temo que sus virtudes nunca fueron bien vistas por la empresa privada, ¡qué estúpidos! Los empresarios se lo han perdido, aunque probablemente ahora que se mueve por las alfombradas estancias del poder alguien con ganas de sacar tajada del dinero público le reserve alguna consejería para cuando deje el sillón.

Pero, esta vez en serio, atentos a las señales que emite la sociedad los jóvenes podrían dedicarse a estudiar teología, ya que la iglesia a la que es tan devoto y tanto protege el señor ministro anda muy mal de pastores de almas, es necesario repoblar las parroquias, multiplicar las procesiones y romerías de rosario y mantilla y fomentar las vocaciones encargadas de dirigir a la grey, con más curas infiltrados entre la ciudadanía la obediencia y docilidad del pueblo estaría asegurada -a fin de cuentas a este mundo se viene a sufrir-, además, los curas no son nada levantiscos, cobran poco, ocupan casa junto a la parroquia, distribuyen caridad  gratis -por eso es caridad, la justicia solo la imparte Dios en el más allá- y sofocan a los revoltosos regresándolos al buen camino, el de la sumisión y la idiotez de la manada.

También se podrían dedicar los jóvenes al toreo, otro sueño del señor ministro, así se daría mucho más realce a la marca España. Aunque no sé si existen estudios homologados por la Unión Europea se podría crear en un plis-plas una Escuela Nacional de Tauromaquia y alentar a los jóvenes más reticentes a colaborar con la tradiciones más recias para así salvar a la madre patria de la humillación moderna gracias al turismo más carnicero, además de hacer crecer y multiplicar la cabaña ganadera de un animal tan exclusivo y español como el toro bravo, con sus cuernos y sus mugidos, eso haría que se construyeran muchas plazas y se fomentaran puestos de picadores, banderilleros, monosabios, apoderados, señoritos, folklóricas, palmeros etc., profesiones todas ellas muy respetables. Daríamos al público un auténtico espectáculo capaz de competir en autenticidad y reciedumbre con el fútbol que, reconozcámoslo, es un invento extranjero; así y todo se fomentaría la chulería patria, los cojones, el machismo y el honor, e indirectamente el tabaco, las moscas, la sangre y la carne de toro -que en el mundo no hay igual-, todo sea por el sagrado turismo.

La gente joven que siguiera sin ver las señales ni los avisos del gobierno y la sociedad -esos que gritan cada día que en este país la investigación no tiene ni dinero ni futuro- y se empeñaran en estudiar ciencias no sociales podrían hacerlo largándose al extranjero, -ya que aquí la marca España no contempla eso de las ciencias-, la educación científica y el esfuerzo investigador prolongado no congenian con el carácter oportunista, caradura y torero del español medio. El presente patrio demanda, además de curas y toreros, recepcionistas, camareros, crupieres, limpiadores etc., -los albañiles de momento fuera-.

Una última e inconveniente sugerencia, quizás también haría falta algún que otro periodista capaz de informar, de seguir y elaborar una noticia con criterio profesional sin venderse al segundo párrafo. Probablemente no tendríamos que avergonzarnos a costa de tantos que se dedican a copiar sin vergüenza obedeciendo sin rechistar las consignas de los propietarios y accionistas de los medios, o se tragan discursos, comparecencias y conferencias sin formular ni una sola pregunta, sin cuestionar una información, sin criticar una mentira, asisten y se van, aunque para eso no hacen falta estudios, el empresario, el conferenciante o el partido de turno enviaría a la redacción de turno el discurso correctamente empaquetado y acompañado de su correspondiente parte gráfica, listo para que el borrego del lector de turno se lo trague como si fuera la verdad. Esa es la realidad del país señor ministro.

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