Disculpa

Tras escribir muchas de las entradas de este blog uno se habitúa a convivir con un molesto regusto amargo a causa del tono catastrofista que en general acaban mostrando, tal vez sea porque en ellas se cuelan demasiada inmoralidad, miseria, ricos, pobres, injusticias, delitos, humillaciones, hipocresía… dibujando una realidad que más parece un saco de mierda que una vida y un mundo dignos de ser vividos. Pero -eso sí que no me gustaría hacerlo- tampoco es cuestión de mostrar ese mismo mundo y sus vidas como un entretenido e inocente itinerario salpicado de éxitos y fracasos en el que cada cual acepta su parte diligentemente y sin rechistar, sería falsear un incierto y desgraciadamente manipulado recorrido de luces y sombras en el que, a nuestro pesar, los brillos, cuando aparecen, la mayoría de las veces son efímeros o falsos, y las sombras, cuando cualquiera tropieza con ellas, densas, turbulentas o definitivas.

¿Qué hacer pues ante tanto desconcierto y desilusión si uno mismo ya tiene suficiente tarea con intentar enfrentarse a sus propias dudas y soledades, con aspirar a ser sincero bregando contra corriente y ansiando tropezar con algo de luz que ilumine este gran agujero, además de tratar de mantener una vida medianamente decente de la que no haya que avergonzarse ni arrepentirse?

Creo que sólo queda intentar disfrutar de esos pequeños sorbos de felicidad que la propia vida, cuando parece equivocarse, pone a nuestro alcance, si es que entonces sabemos reconocerlos y atraparlos, saboreándolos como si fuera la última vez, pero no con afán concluyente ni catastrofista, sino siendo egoísta en cuerpo y alma, con los cinco sentidos y, si podemos, sabemos y somos capaces, mostrándoselos a los demás para hacerlos copartícipes de su hermosa verdad; pero sin olvidar en ningún momento que la risueña resaca del disfrute se diluirá poco a poco entre desechos con más o menos desesperanza, más crudo aún, se irá ennegreciendo poco a poco entre las fétidas brumas de una realidad que más que acogernos de frente o acunarnos se empeña en desafiarnos sin descanso convertida en nuestro peor enemigo, ¡nuestro! que ni siquiera hemos pedido vivir e intentamos hacerlo con la mejor apostura posible.

Tampoco ahora hay que callar -lo siento- que los sinvergüenzas de los malos nunca descansan en su malévola, sagrada y bendecida tarea de hacer permanentemente el mal, pero también hemos de tener presente que sin nosotros ellos no serían absolutamente nada, porque todavía podemos permitir o destruirlos… fueran cuales fuesen las consecuencias.

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