Francia ya no es lo que era en el mundo, si es que alguna vez su potestad para serlo y por tanto tiempo fue merecida, y no hay cosa que más disguste a los franceses que asumir que ya no son el centro del universo, afortunadamente, lo que provoca que a menudo se confundan con su ombligo a la hora de publicitar e intentar vender sus éxitos locales como internacionales. Y el cine es uno de esos casos. Uno, dicen, de los últimos éxitos del cine francés en Francia llegó a este país precedido de una fama que obligaba a acudir a las salas a curiosear. Intouchable es el título. Y teniendo en cuenta la diferente forma de ver cine entre los dos países y que el cine francés anda tan desorientado como el resto -prefiero no incluir como cine las memeces de Asterix y sus secuaces-, era cuestión de tomárselo con calma a la hora de ir a aplaudir fervientemente el anunciado triunfo de taquilla del país vecino.
Y, en efecto, no hubo sorpresas cuando tuve la oportunidad de ver, es cierto que con bastante retraso, la tan comentada película. La versión francesa de Los ricos también lloran me provocó más desagrado que lágrimas. No vale aquello de, ya lo sabías. Contar que un inmigrante semianalfabeto de banlieue, convertido en “negrito bueno”, puede hacer que la vida de un rico caprichoso pero desgraciadamente impedido -a consecuencia de sus caprichos, es lo que tiene el riesgo, nada que ver con el vulgar y nada espectacular riesgo de vivir-, se reincorpore a la vida recuperando la soberbia propia de las clases acomodadas no merece derramar ni una sola lágrima. En ciertos momentos la película me recordaba a aquella otra titulada La cena de los idiotas -creo que también francesa-, en la que dos ricos muy cultos, exquisitos y distinguidos invitaban a un pobre imbécil a cenar para reírse de él, pero ¡milagrosamente! el imbécil tenía algún dedo más de frente y por supuesto buen corazón, sentido común que ponía en juego para desenmascarar las payasadas y la vidas tristes pero desahogadas y aburridas de sus anfitriones, regresándolos al redil al afearles sus perversas intenciones. Moraleja: por favor no nos vuelvan a tomar el pelo con sandeces semejantes. Si el propósito es mostrar que los ricos no son todos unos sinvergüenzas, que también pueden ser desgraciados e infelices, eso no resuelve la incógnita principal, que son ricos y seguirán robando el mundo y la vida a los demás a su antojo; en los tiempos que corren ya nada puede decirse que sea casual o secundario, ni siquiera por la gracia de Dios. A los pobres solo les queda ser pobres pero honrados, y por ello aún más pobres, porque su particular e ingenuo orgullo jamás osará cuestionar el orden de las cosas, cada cual ha de asumir dócil y dignamente su papel o su cruz en este mundo. Las cosas son así. Incluso los simples saben en su desconocimiento cómo ayudar a las niñas bien maleducadas e irrespetuosas que felizmente consiguen descubrir una lucecita de cordura para momentáneamente comprender e inmediatamente después dejar de hacerlo. También los menesterosos, en su exótico y risueño candor, pueden opinar sobre la música llamada culta y ser groseramente adiestrados más allá de su supina ignorancia -¡y aprender!-, o llegar a ser artistas en un mercado del arte en el que los potentados compiten por ver quién la tiene más grande, total, son ellos quienes disponen qué es arte y qué no, los infortunados han de conformarse con acercarse a los museos para lustrarse un poco, no mucho, porque si llegan a saber lo que se cuece detrás la verdad caería por su propio peso desenmascarando el engaño, con lo que volveríamos al principio, ¿por qué? Los pobres son los ejemplos naturales que, cual parque temático o safari africano, muestran a los señores lo que es sufrir en la vida, recibiendo como pago una sonrisa de conmiseración y condescendencia, ni un punto de justicia, para después regresar a su mierda sumisos pero felices; se trata de no andar mezclando las cosas, sino de probar y corroborar que incluso en la miseria y las desgracias uno puede sacar tiempo para el cariño, el amor y la alegría, pero de ayudarse económicamente o repartir justicia distributiva, de eso nada monada.
¿Exagero? El humor ha de ser inteligente o sencillamente es mentira, una mueca hueca y vacía que tiene más de cadáver andante que de vida.