Publicidad

No pretendo descubrir nada nuevo ni abrir los ojos a quien no desee hacerlo para intentar conocer, comprender y juzgar el mundo en el que vivimos, un mundo que, querámoslo o no, nos incluye, contabiliza y explota sin nuestro consentimiento; en general uno a uno importamos bien poco, es un decir, significamos única y exclusivamente como sujetos de consumo, el resto no nos incumbe, las posibilidades de nuestra voluntad son limitadas y censuradas. Pero tanta evidencia, que probablemente habrá provocado más de una sonrisa de suficiencia, no debe impedir reconocer en qué nos hemos llegado a convertir y cómo se ha modificado nuestra sensibilidad, nuestra capacidad de respeto y nuestra tolerancia ante la bondad o la malicia, abandonados desorientados pero vivos en el centro de un inmenso páramo de indiferencia que en ocasiones llega a asustar por su inmenso poder para anestesiarnos dejándonos impasibles ante todo lo que sea ajeno a nosotros mismos, ni siquiera me atrevo a extenderlo a nuestro círculo más próximo. Por ejemplo, hoy somos capaces de visualizar cualquier vídeo “colgado” en Internet -ya sea en un servidor concreto, en algún medio informativo o en alguna web de medio pelo- en el que se muestre alguna catástrofe, una situación extremadamente desagradable, vejatoria, violenta, sangrienta o humillante y tragarnos tan campantes, con sólo fastidio o sin parpadear, la publicidad que probablemente antecederá al visionado que pretendemos satisfacer. Nuestro grado de atolondramiento, que no comprensión, no nos engañemos, llega hasta admitir y justificar lo “inevitable” de esa misma publicidad como intermedio obligado si queremos saciar nuestra errática curiosidad, que no información.

Tal capacidad para ingerir basura sin pestañear, criticar o renegar de ella, que poco a poco ha ido extendiéndose a todos los ámbitos de nuestras vidas, nos va impermeabilizando y moldeando mucho más insensibles y ajenos a nuestros propios principios, si es que alguna vez los tuvimos o todavía creíamos tenerlos, desfigurando nuestra ya deteriorada y pobre imagen y dejando como resto un reseco y miserable sarcasmo de nosotros mismos del que cada vez nos costará más salir.

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario