Hemos pasado de la publicidad como una forma de ofrecer a un posible o futuro comprador un producto que, sin rubor ni vergüenza, el propio fabricante afirma que es el mejor del mercado, con lo que el hipotético consumidor es considerado de antemano algo así como un imbécil funcional sin criterio ni capacidad para informarse, sólo útil en cuanto recipiente con tarjeta de crédito al que, para seguir dejando de lado a la vergüenza, se clasifica y distribuye en grupos-objetivo en función de su grado de estupidez a la hora de dedicar más o menos dinero y capacidad creativa, amén de inteligencia, y confeccionar el reclamo publicitario con el que el inexperto se sentirá identificado…
a una publicidad en la que ya no es necesario ofrecer nada para que el sujeto consuma, es decir, intente satisfacer unas necesidades perentorias inventadas e impuestas por el mismo fabricante, incrustadas hasta hacerlas pasar por propias en las tiernas mentes de los ya no consumidores, sino meros substratos físicos -cuerpos-, que en esta sociedad capitalista tan querida por todos han devenido en uno de los más frágiles y enfermizos de los que se tiene conocimiento desde que la antropología se dedica a estudiar los orígenes y evolución del género Homo, o desde que nuestros antepasados los monos se decidieron a descender de los árboles; así, en la actualidad, el mismo Homo Sapiens que ha doblegado la tierra hasta dejarla en el estado que actualmente se encuentra ya no es el fruto más o menos avanzado de una socialización salvaje y depredadora, sino un completo inválido físico poseedor de un cuerpo incapaz de llevar a cabo con normalidad las funciones más elementales de su naturaleza: incapaz de alimentarse con inteligencia, o simplemente sensatez, incapaz de digerir los alimentos con los jugos de su propio estómago; carece de músculos o fuerzas para practicar cualquier ejercicio físico que suponga un mínimo esfuerzo, no sabe cagar con normalidad, no sabe cómo curar un resfriado sin productos farmacéuticos, desconfía de sus capacidades para jugar o estudiar por lo que sistemáticamente necesita ingerir suplementos vitamínicos extras, y no soporta la mínima dolencia, con lo que su propio cuerpo irá perdiendo poco a poco su fortaleza a la hora de enfrentarse a cualquier contratiempo, por pequeño que sea, negándose a sí mismo todo dolor -el más terrible mal-, ni siquiera como simple aviso suscitado por el inevitable contacto con el exterior, generado por un esfuerzo, causado por un golpe u originado por un imprevisto, incapaz de resolverlo por sí mismo sin la ayuda de algún medicamento urgente que proteja su estupenda invalidez; convirtiéndose con el tiempo en aquel terrestre subnormal que en Wall-E vegetaba en el espacio encajado permanentemente en un sillón electrónico, con la única diferencia, negativa en este caso, de que en tal estado ya no habrá ningún futuro ni Wall-E que pueda sacarle de tal pozo de humana decrepitud.