A la parte del mundo conocida en la actualidad como Occidente se le han achacado a lo largo de la historia multitud de guerras, agresiones, agravios, presiones e intervenciones secretas en infinidad de lugares y épocas que, sin tratar ahora, ni mucho menos, de explicar o justificar, han influido considerablemente en la actual distribución de estados en los que está repartida la población mundial. Por otra parte, en una gran mayoría de los países de la tierra hoy día puede accederse a información de primera mano acerca de lo que ocurre y cómo vive el resto del mundo, información que, en principio, no debería estar manipulada, pero que, como suele estarlo, ello no impide que cualquier ciudadano pueda consultar otras fuentes para comparar y decidir en función de sus intereses, sus creencias, sus deseos o de la misma justicia, ya que no de la verdad -asunto éste en el que es mucho más difícil ponerse de acuerdo-. Y de lo que tampoco cabe ninguna duda es que el actual sistema democrático de votaciones generales es uno de los más extendidos internacionalmente y, creo, de los más aceptados a la hora de dar cabida en cualquier sociedad a distintas formas de pensamiento y la posibilidad de su convivencia sin ningún tipo de violencia.
También es cierto que la civilización occidental es la única que ha llevado a cabo a lo largo de su historia una constante autocrítica que ha ido dejando por el camino arcaísmos, tradiciones, ideologías y opciones religiosas, políticas y sociales en las que grupos de población resultaban vejados, apartados, reprimidos o despreciados como consecuencia del dominio cultural o religioso de otros más poderosos, proceso que, contra las intenciones de todo poder, sigue permanentemente abierto. Así, puede afirmarse grosso modo que las “imperfectas sociedades” hoy vigentes en Occidente son fruto de la voluntad de sus propios ciudadanos, y en ellas puede vivir y disfrutar todo aquel que guste y acepte las condiciones que asumen y consienten los “occidentales”, individuos que, por otra parte, no aceptarían de buen grado modificar sus condiciones de vida por las de otros países de distinto ámbito cultural. Vivir no deja de ser una cuestión de voluntades.
Pero Occidente no siempre ha de ser el eterno y recurrente malo de la película, ni tiene por qué aceptar que otros intenten imponerle formas de pensar provenientes de tradiciones, ideas o dioses no considerados como suyos. Lo normal sería que si alguien quiere vivir en un país occidental encuentre las puertas abiertas si está dispuesto a llevar el modo de vida de sus habitantes, de lo contrario las puertas seguirán abiertas para que se marche cuando quiera. Que Occidente exista tal como es hoy -económica, científica y socialmente, con todo lo que ello significa- implica un añadido extra para los gobernantes del mundo en general, añadido que tiene que ver con la información y el saber -también con el poder-, y son esos mismos gobiernos los que han de convencer a sus gobernados de que sus proyectos y políticas son las mejores y más adecuadas para sus respectivos países, pero de su capacidad para hacerlo, de su honradez y competencia no siempre tiene la culpa Occidente. Los occidentales no han de sentirse como los permanentes culpables de lo que no funciona o está mal en el mundo. A sabiendas de pecar de simplista, si en la actualidad algunos países, gobiernos, partidos, religiones o individuos intentan resolver su incompetencia, por ineptitud, comodidad, impericia o flagrante corrupción, haciendo de Occidente y su forma de vida el chivo expiatorio que oculte sus carencias y dificultades, la solución no debería ser arengar a las masas más ignorantes y ponerlas en contra de Occidente, aunque eso siempre funcione, la cuestión es: ¿qué le ofrecen esos mismos a sus compatriotas? ¿son leales y sinceros con ellos? ¿por qué no hacen autocrítica y en lugar de poner sus propias ambiciones en primer lugar se dedican a gobernar intentando adaptarse a los tiempos que corren dejando a un lado a Occidente? Por encima de grupos de presión, organismos internacionales y amenazas de cualquier tipo en este mundo todavía se puede decir no, afortunadamente.
Otra cuestión es que tu vecino está aguardando tu paso para apuñalarte por la espalda y quedarse con tu casa y tu país.