Juegos 1

Uno ha estudiado que en la antigua Grecia existían unos “juegos” en honor de Zeus, llamados Olímpicos porque se celebraban en la ciudad de Olimpia, en los que básicamente se corría, se lanzaba, se saltaba y se luchaba, amén de recitar poesía, bailar o hacer música, todo bajo un fuerte contenido religioso y festivo. Los participantes practicaban durante todo el año en los gimnasios y eran ensalzados y admirados, pública y personalmente, por sus compatriotas en el conjunto de una celebración comunitaria motivo de alegría y comunión entre los griegos; ignoramos cuánto por encima de guerras o rencores tribales, y también dónde y cómo quedaban los inexistentes extranjeros y esclavos. Mi interés, en este caso, se centra en aspectos lúdicos colectivos.

Ahora imagínense una enorme jaula en una gran ciudad, falsamente elegida gracias a enormes cantidades de dinero dilapidadas en regalías y sobornos, en la que son encerrados cada cuatro años los mejores ejemplares de una especie -digamos la especie humana- para que coman, beban, forniquen y compitan para mayor gloria de sus satisfechos propietarios, quienes les pagan y envían. Los especímenes son lo mejor de lo mejor que existe en cada momento en la tierra rica, jóvenes especialistas adiestrados para ganar a toda costa, con riesgo incluso de sus vidas, y dar necesaria pero falsa satisfacción -mejor imaginarlo de ese modo- a otros correligionarios y compatriotas que por múltiples causas, que no viene ahora al caso analizar, decidieron en su momento maltratar y desperdiciar sus propios cuerpos con la excusa de que eran necesarios para otros menesteres no tan brillantes o esforzados -sobrevivir, aprender, trabajar, ayudar, enseñar etc.-.

Todo este montaje está organizado por un grupo de ancianos que en su momento también optaron por dejar su cuerpo a un lado y dedicarse a cultivar la codicia, que es práctica que exige menos esfuerzo físico, puede alargarse durante toda la vida y proporciona mejores dividendos -sobre todo económicos-, muchísimo mejores. Mediante una serie de negocios y o elecciones con aspecto de legalidad el grupo de ancianos pugna, apuesta, soborna, engaña o se trampean entre sí para decidir el lugar de quién tendrá la siguiente oportunidad de enriquecerse. Las enormes cantidades de dinero que se mueven en arreglos y sobornos, mantenimiento de parásitos sin oficio ni beneficio y negocios sucios es incalculable. Además, para hacer su propio provecho serio y respetable, tan solo necesitan una pequeña concesión a los millones que dejan pudrirse sus cuerpos en sus lugares de origen «para levantar de un modo más práctico el país» -es un decir-. Y es mostrarles a todos ellos mediante directísimas, cruciales y exclusivas retransmisiones televisivas -ese sí que es un gran negocio- que, en efecto, los juegos tienen lugar y los ejemplares seleccionados se muestran listos, concentrados y dispuestos a dejarse la piel por su bandera. Si la bandera que se encarga de mostrar obediente un ganador coincide con la bandera del país en el que se encuentra el aburrido televidente de turno, cualquiera -bingo-, surge milagrosamente un fuerte y maravilloso motivo de unión y satisfacción, tal que el tipo en cuestión arrellanado en su sillón siente como suyo el éxito de aquel otro del que desconoce absolutamente todo y al que le une absolutamente nada.

Pero esta feria pública de músculos y sudores, como cualquier feria de ganado, o peor, corre el peligro de ser alterada, agredida o destruida por otros envidiosos que ansían ser organizadores y enriquecerse, pero a quienes les falta la paciencia, la inteligencia y el dinero para saber y poder llevarlo a cabo y han de conformarse con hacerse notar intentando montar alborotos o incluso hipotéticos crímenes. Para proteger el negocio, que no a los participantes en el ferial, se despliega un enorme dispositivo de seguridad que en el año actual que celebramos acumula más de cuarenta mil policías y vigilantes, despliegue de misiles tierra-aire, barcos y aviones de guerra, gastos todos ellos que, ahora sí, tienen un pagano, los impuestos de los ciudadanos del país de turno. ¿Qué tipo de sociedad soporta esta esquizofrenia? No se escatima en gastos, pero, repito, no para proteger a los cobayas humanos, sino para facilitar que el negocio se cierre en redondo y los beneficios puedan sumarse a la cuenta contable de las “empresas colaboradoras”.

Posdata. ¿Por qué cada vez que hablo de este mundo ha de aparecer el dinero por medio? ¿Es un problema exclusivamente mío?

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