Futuro

Que no es ni tiene nada que ver con lo que hasta hace poco era el presente europeo u occidental -tome lo que más desee-, en el que nos habíamos habituado a vivir sin valorar en su justa medida, a tolerar o conservar sin ningún aprecio y, últimamente, a dilapidar con prisas como necios ignorantes para perjuicio de nuestros hijos y generaciones posteriores.

Definitivamente dejada a su permanente fracaso o, lo que viene a ser lo mismo, llevada diligentemente hacia él de la mano de las potencias occidentales, África debería echar primero a sus propios dictadores para intentar hacerse con su presente; si la tan alabada “Primavera Árabe” todavía no ha podido largarlos cuéntenme cómo van hacerlo sin que Occidente se ponga claramente del lado de las poblaciones, porque hasta hoy “ayuda occidental” significaba y significa permitir que los dictadores siguieran en su sillón. Aunque los últimos rumores no son muy esperanzadores, ahora prefieren a los chinos -más de lo mismo-.

Los países de la parte de América que no son Canadá ni Estados Unidos han de bregar con una clase política amarrada al poder durante generaciones; descendientes de las aristocracias coloniales, se han perpetuado en el gobierno a través de una serie de familias de reyezuelos sin corona -véase Argentina- tolerados por una ciudadanía que nunca ha sabido lo que es una democracia con bienestar social generalizado; países que todavía tienen cuentas pendientes con los pobladores originarios y en los que la población en general confía mucho más en su propio esfuerzo para salir adelante que en los utópicos beneficios provenientes de una administración elitista y cerrada a cal y canto a los que no sean de su estirpe.

Europa está siendo abandonada a su propio derrumbe por incomparecencia, de los políticos para hacerse el haraquiri por incompetentes, y de la población para echarlos a la calle. Y si alguien pensaba que todavía quedaban los países asiáticos para revitalizar -es un decir- la tan malparada democracia y sus supuestamente inherentes beneficios, grandes poblaciones con un futuro que podía ser esperanzador si conseguían afianzar el “un hombre un voto”, y con ello elegir gobiernos que fueran capaces de llevar adelante una política distributiva que mejorara las condiciones de vida de la mayoría, también estaba equivocado.

Hete aquí que las sociedades asiáticas no están interesadas en la democracia, surgidas de unas culturas muy jerarquizadas y tremendamente clasistas, las escasas esperanzas que la democracia a nivel mundial tenía depositadas en ellas están prácticamente muertas, porque, de hecho, ningún asiático con trabajo y vehículo propio estará dispuesto a dejar un céntimo para que sus paisanos más pobres puedan tener acceso a su estatus. Este sálvese quien pueda o, no estoy dispuesto a dejar nada de lo mío para ayudar a mejorar la vida de nadie a quien la vida -o Dios- no le haya dado una mejor posición, es el globalizado futuro que nos espera a todos en general -si usted es de los elegidos por Dios, enhorabuena-. Así pues, el futuro ya está aquí, en la vieja Europa, en la cual dentro de poco todos seremos felizmente autónomos, feroces e individualistas competidores incapaces de asociarse para reivindicar nada que pueda beneficiarnos en común, ganado pastoreado por las grandes corporaciones a quienes interesan individuos solitarios luchando por un miserable trozo de pan que ellas dispensaran a su capricho -siempre a la baja-, como en una gran piñata. Es mucho mejor que tener a multitudes exigiendo igualdad de derechos, justicia distributiva o desaparición de privilegios de clase.

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