Alfonso era un niño moreno, revoltoso, de grandes ojos negros y pelo rizado, más bien reservado y siempre sonriente, deportista regular y buen estudiante; con trece años un poco crecidos para su edad, algo perezoso y buen amigo de sus amigos. Vivía con sus padres en un edificio muy alto del que siempre se quejaba, el ascensor tardaba mucho en llegar hasta la última planta, precisamente en la que vivía, con lo que cualquier apretura, hambre o sed inesperadas, o incluso cansancio necesitado de una buena cama, se convertía en un auténtico problema, mucho mayor que en el caso de cualquier otro niño que viviera en una casa unifamiliar o en un edificio más pequeño, o el primer piso del suyo, inconveniente para él muy importante que tan pronto como venía a cuento echaba en cara a sus pacientes y sonrientes padres.
La vida de Alfonso se desarrollaba sin problemas, bueno, con los problemas de un niño de su edad, prisas, poca paciencia, exceso o no de juegos y televisión, discusiones constantes, bastante aburrimiento y los inevitables estudios, la cantinela diaria, el monstruo de cada mañana y el castigo de cada tarde, una actividad de difícil comprensión sin un futuro próximo o atractivo, promesas y más promesas para un mañana siempre lejano; estudia, estudia, estudia, así cuando seas mayor podrás elegir el trabajo que quieras y vivir de lo que te de la gana; tantas advertencias eran solamente eso, «luegos», ¿y ahora qué? ¿Qué era su vida ahora? Un continuo esfuerzo salpicado de sacrificios y más sacrificios a cambio de nada consistente. Un rollo injustificable. Pero al margen de estas «rutinas» Alfonso soportaba una sombra que le traía de cabeza más de lo que deseaba. Ya dije que era buen estudiante, buen estudiante con un único inconveniente, jamás había obtenido un 10 en un examen. En sus muchos años de colegio o instituto había estado a punto en infinidad de ocasiones, pero en todas ellas siempre había aparecido una menudencia de última hora que echaba por tierra sus ilusiones, alguna que otra tilde de menos, una operación mál resuelta, el olvido de un pronombre, un verbo inglés que se le atravesaba, un trabajo no tan bien presentado como debiera o el eterno y socorrido recurso, una maestra o profesor al que no le caía bien, por lo que, hiciera lo que hiciese, nunca se sentiría satisfecho con su trabajo y le premiaría con lo que se merecía. Para complicar más las cosas últimamente los exámenes, es cierto que algo más difíciles, le producían dolor de estómago, mareos y pérdida de apetito, llegándose a repetir de tal modo estos síntomas que hubo que recurrir a un especialista que no encontró nada anormal, ni siquera preocupante, en su fisiología, luego el origen de aquellas molestias no era físico.
Sin que nadie lo supusiera o llegara a advertir él, en cambio, si lo sabía muy bien, un examen era la posibilidad de un 10 y el cada vez más fuerte convencimiento de que nunca lo conseguiría era suficiente para alterar su estado de salud, tal y como últimamente estaba sucediendo, de forma algo alarmante. Nunca se había planteado decirle a otra persona, ni padres ni amigos, a nadie, tampoco les importaba, que para él era imposible obtener la máxima calificación en un examen, estaba completamente convencido de ello, sus padres tampoco lo imaginaban, es cierto que a veces se habían divertido desafiándolo o barajando de forma relajada porqués, o simplemente comentando en común lo que para ellos debería ser el justo colofón a los esfuerzos de su hijo; para él sin embargo se trataba del horizonte perdido que jamás podría alcanzar. Había estado en tantas ocasiones tan cerca que su propio convencimiento se había convertido en una auténtica pesadilla que las vísperas no le dejaba dormir ni descansar. Hasta que la proximidad de unos exámenes finales se transformó en una anemia sin fundamento, una debilidad con muy mala cara y una hospitalización urgente que dejó sin habla a todos a su alrededor. Como testarudo que era tampoco dijo nada en el hospital, ni siquiera después de muchas pruebas inútiles, preguntas y más preguntas, ruegos de sus padres, arcada va arcada viene… nada.
Pasó el tiempo de los exámenes, acabó el curso y Alfonso mejoró, aunque después vinieron los problemas del paso al curso siguiente o la repetición del pasado, a Alfonso eso ya le daba completamente igual, porque a partir de entonces su sonrisa no fue la misma, es cierto que, como suele decirse, dió el estirón, siguió igual de revoltoso y sin cambios apreciables en su forma de ser, pero ahora su mirada era distinta, su corazón y su cabeza habían llegado a un acuerdo y una solución en cuanto al problema del 10.
Pero para conocerla tendremos que esperar al siguiente examen.
¿Eso que significa? ¿qué ha obtenido su primer 10? ¿qué el texto es suyo? ¿qué éste verano se vienen a casa? Sea lo que sea, gracias.
Estoy impaciente por el resultado del próximo examen, incluso sabiendo que el resultado es lo de menos.
Gracias de nuevo, esta semana está siendo muy dura y eso que solo llevamos dos días.
Muchos besos.