Para la mayoría de las personas que andan por el día a día entre dudas tan prosaicas y nada elegantes que casi siempre tienen que ver con la precariedad del trabajo y su duración, con la disponibilidad de dinero para seguir pagando las deudas o con las dificultades para adquirir aquello que tanta falta hace, no hay otro mundo que el continuo esfuerzo de intentar seguir adelante con un mínimo de dignidad -para muchos otros la dignidad ni siquiera existe-. Sin embargo ese mundo suyo felizmente no es todo el mundo, por encima de él funcionan otros universos paralelos habitados por tipos etéreos que sólo en apariencia tienen el aspecto de personas vulgares y corrientes. Son esos mundos en los que gravitan parientes de reyes con aureola divina y facilidad para moverse entre cifras de cuatro, cinco y más ceros, o esos otros personajes con los que me he permitido comenzar estas palabras: los asesores financieros.
Estos señores gesticulan y hablan con gran circunspección de su trabajo, una actividad seria y muy importante que tiene que ver con el dinero que a algunos afortunados les quema en las manos y la urgente necesidad de darle una ocupación para rentabilizar su inevitable valor -del que ellos no son culpables-. Para estos tipos la vida se mueve por otros derroteros, es más, su realidad es casi trascendente, exigente y necesitada de un tacto exquisito, pues sus clientes estan habituados a lo más selecto y no tolerarían un mínimo descenso en la excelencia o una pérdida de calidad en la contratación de productos y atenciones. Organizadores de eventos, caterings y demás saraos y asesores financieros se mueven un un limbo inmaterial, convincentemente preocupados de su importancia, suministrando atenciones urgentes -prohibido hacer esperar- a ricos y aspirantes a serlo deseosos de dar sentido y ostentación a sus vidas, con el añadido de que, gracias a su munificencia, otros muchos con menos fortuna o simplemente vagos, que probablemente sin ellos ya estarían muertos, tienen algo que llevarse a la boca y vivir. Estos asépticos personajes son el lubricante que hace funcionar la parte más alta de esta sociedad, e indirectamente el resto, y son indispensables por su equidad y discrección, porque ellos no son ni causantes ni culpables de nada, simplemente se dedican, eso sí, a trabajar duro para hacerle la vida más fácil, que casualidad, a aquellos que más tienen, y ni mucho menos serían capaces de dudar de la legitimidad de sus propiedades, de la legalidad de sus adquisiciones o cuestionar la flagrante injusticia de un mundo en el que tan duro bregan para ganarse la vida.
Bueno, que ya lo saben, la próxima vez que quieran desplazarse en avión privado a Pekín o Los Ángeles -por unos módicos sesenta mil euros-, o alquilar un palacete por cincuenta mil para invitar a sus amigos a una comida de celebración, o para una reunión informal, o de trabajo -a tres mil el cubierto y con alimentos de primerísima calidad, o sea, lo mejor de lo mejor-, o reservar la suite más cara del hotel más caro para reunirse con su joyero, relojero, zapatero, sastre o similares -porque usted no tiene tiempo para ir de tiendas- y gastarse cien mil euros en compras de temporada, no pierdan el tiempo moviéndose al azar, contraten, contraten a estos amables tipos -siento no poder decirles sus honorarios, aún no he llegado tan alto-, y obtendrán un resultado exquisito con la máxima discrección. Aunque para ello haya que tener muchísimo dinero, ¿para que es el dinero si no?