Regalos

A juzgar por el ambiente general llega un tiempo de regalos y, vayas donde vayas, la tan llamativa como agresiva publicidad del inevitable regalo asalta al paseante o al habitual en internet, y es tal la presión que el sujeto acaba cayendo en la duda de si él también tiene que regalar, bueno, primero si tiene a alguien más o menos cerca a quien regalar y si le apetece hacerlo, lo de buscar el motivo y su importancia es otra cuestión, las fiestas; tal vez porque no siempre gusta regalar a quien no hay por qué, ya se ven todos los días, y para qué. Pero llegan días de celebraciones y un regalo siempre es una muestra de alegría, acercamiento e incluso cariño, tanto en quien lo recibe como por parte de quien lo ofrece, al menos así debería de ser, puesto que en el obsequio hay un punto ineludible, e inútil, de voluntariedad que, si no condiciona, al menos introduce una interrupción en la que detenerse haciendo algo que quizás no sea habitual pero está bien llevar a cabo.

Luego está el regalo y qué es un regalo, ¡uf! Para muchos un auténtico incordio que puede llegar a problema, dolor de cabeza incluido, el desierto. Todo ello medio dispuesto o encajado con calzador en un día a día repetido en el que parece que nada cabe o nunca sucede cosa de interés; lo que faltaba, ahora tener que buscar un regalo, una ocupación más que no es opción y que obligatoriamente conlleva una decisión siempre difícil, sin alternativa, que requiere tiempo además de dedicación en lo referente al qué, cómo y lo que es más importante, cuánto.

Y no siempre se cuenta con la voluntad, además de las ganas, más bien se trata del trastorno de regalar, eso es, un trastorno, ¡qué dices! un muchos casos obligación, o sea, un fastidio para el que no se tiene tiempo ni ganas. Pero se trata de un regalo, algo bonito en principio, un motivo de alegría compartida, y si provoca una sonrisa de agradecimiento mejor que mejor. Tampoco hay que pasarse, porque si por mí fuera no harían falta regalos, cosas de niños, que son más agradecidos, por la ilusión, ya sabes, los adultos son más especiales, o pejigueras, hasta tan punto de que nunca sabes qué porque tampoco te has enterado de qué le gusta -y no voy a hacerlo precisamente ahora-, a qué se dedica, qué aficiones tiene o, mejor aún, qué necesita; al menos que el regalo sea útil, porque para regalar una memez o algo inútil o de adorno mejor déjalo estar, así no corres el riesgo de equivocarte.

Ya, ya sé que hay gente a la que le gusta regalar, qué felicidad, pues que regalen cuando y como quiera. Lo que no es entendible es que llegue una época del año, como todos los años, y haya que deshacerse los sesos en pensar un regalo, cuando siempre es mejor, si al final no tienes más remedio, preguntar qué le hace falta y ser práctico, el mejor regalo. A ver si por la tontería del regalo vamos a inundarnos de objetos inútiles respecto a los que, tras la dura e innecesaria decepción, acabas dudando si esconder en un rincón bien oscuro o arrojar directamente a la basura. Aunque también se pueden vender por internet, de ese modo les sacas un rendimiento que siempre está bien; dinero gratis.

Como no sé qué pensarán en el fondo y cómo se lo toman quienes consideran un regalo como un imprescindible intercambio comercial y regalan según quién y con vistas a, examinando a conciencia el recíproco, que ha de haber, y si compensa el gasto y tiempo invertido en el propio; con ello y en última instancia ya sabe a lo que atenerse la próxima vez. Pero cuidado, tal vez de ese regalo dependa el futuro, tanto emocional, profesional como laboral, luego mejor no despistarse y esforzarse aunque no nos guste, porque si aciertas quizás te resuelva la vida, emocional, profesional o laboralmente.

Como si no hubiera momentos para regalar durante el resto del año, que parecemos idiotas, de hecho, una de las cosas buenas de regalar es que puede hacerse en cualquier momento, sin mediar intercambio o favor previo, porque gusta y siempre es muy gratificante ver la cara del regalado cuando lo recibe sin esperárselo, lo abre o descubre; ya, o la cara de gilipollas, la mueca de no saber o la misma decepción cuando lo que aparece bajo el envoltorio no gusta, no es entendido o no se sabe qué o para qué, ¡qué voy a hacer yo con esto! Allí mismo, sin anestesia; menuda mierda.

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