Se me ocurre que estaría bien preguntar ¿qué es el mal? ¿qué se entiende por maldad? ¿si alguien puede ser y calificado como malo e ir repartiendo maldad a diestro y siniestro mediante algunos o la totalidad de sus actos? ¿si definiríamos a alguien como malo sin necesidad de justificarlo de cualquier modo, con tal de salir del paso y no mojarnos con una respuesta demasiado directa acerca de las malas intenciones y consecuencias de sus actos? ¿Si nosotros, cada uno, ha cometido actos malvados a sabiendas, sin el interesado y tramposo comodín “no tuve más remedio”? ¿si cuando hablamos de la gente y sus comportamientos nos atreveríamos a afirmar que ese o aquel otro es una mala persona? La cuestión es tan interesante como escurridiza, o directamente inconveniente, y me temo que casi nadie -siendo un poco indulgente con el casi- osaría meterse en tales berenjenales, en parte por el propio autoexamen de conciencia que provocaría el tema en uno mismo. Todo ello si exceptuamos a aquellos que se sienten por encima del bien y del mal en cada cosa que dicen y hacen, iluminados poseídos por unas certezas divinas, santamente justificados en todos y cada uno de sus actos. Hablo de personas de carne y hueso, no de casos patológicos con problemas de madurez y un exceso de soberbia a los que les gusta ofrecerse como oro en paño, incapaces de comprenderse y asumirse a sí mismos, pedir ayuda o, de no ser así, desaparecer y de ese modo librarse, y librarnos, de su anacrónica existencia.
También sería importante a la hora de hablar del mal acordar dónde queda el espinoso y resbaladizo, así como interesado, terreno de la consciencia o inconsciencia de los propios actos. Del mismo modo que el exclusivo y envenenado “por omisión”. Pero ahora no vienen al caso.
Quizás habría quienes respondieran que el mal, así como el bien, son el resultado de una especie de acuerdo no escrito entre humanos -cuestiones morales-, una modalidad de contrato social que variaría según el lugar y el grupo en el que uno hubiera venido a este mundo. Podría valer si no se tratara de una pregunta referida únicamente a comportamientos individuales, con lo que aquellos contraatacarían afirmando que eso es casi imposible porque el hombre es un animal social, lo que también sería un muy interesante, pero otro, tema de conversación.
Tampoco se trata de salirnos por la tangente afirmando, tal que eruditos sin arrobo de vergüenza, que el mal es la ausencia del bien, como si las abstracciones mentales fueran la única y aséptica respuesta a cuestiones tan reales, más bien una huida hacia adelante, desistimiento torticeramente asumido o incluso mera cobardía; o nos dirigiéramos a niños o a cándidos adultos empeñados en escapar de sí mismos esquivando chapuceramente temas tan impertinentes.
Puede que nos de apuro hablar del mal -para algunos ni en pintura- porque de inmediato nos veríamos en algún momento de nuestra vida cometiendo un acto que objetivamente sería tachado como malo, también por nosotros. Aunque es más que probable que la maldad, o los actos y comportamientos con resultados susceptibles de ser calificados como malos, no deje de ser una de las características de la especie, o directamente la especie, sin peros que valgan.
Tremendo marrón con el que tuvo que tragar, por ejemplo, el cristianismo cuando hubo que vender aquello de que el hombre, a imagen de Dios, en el fondo era bueno… pero se torció por el camino -para lo cual fue preciso inventar el Paraíso y con él justificar de algún modo tal inconveniencia. Falsa y más bien cínica aseveración, eso del bien, porque la especie es la especie, y entre la infinita variabilidad de sus actos existen los que ella misma decidió en algún momento calificar como malos; desde el principio de los principios. Ahora vendría la afirmación de que el mal solo es ignorancia… ¿seguro? Un ejemplo, ateniéndose exclusivamente a la tremenda realidad de sus actos ¿tildarían ustedes a Trump de ignorante?
A partir de tales apuntes, consideraciones y quizás para algunos auténticos exabruptos no sería nada exagerado sostener que, como contrapartida, el bien (en toda su pureza) jamás ha existido al margen del retiro abstracto en el que Platón decidió instalarlo con la pulcra y elevada intención de no mancharlo con la dolorosa realidad del comportamiento humano -ejemplificado en la pública condena de su maestro, Sócrates-; y a continuación el cristianismo divinizó. Que sería casi lo mismo que arrebatar al hijo de los brazos de su madre, si no fuera porque en el caso del mal tal actuación haría desaparecer directamente a la madre.
Que Platón intentara salvaguardar el bien situándolo en su perfecto mundo de las ideas solo sirvió para él y los suyos, para la filosofía y por supuesto para la religión, que encontró un buen motivo para mirarlo de perfil sin tener que enfrentarse de forma directa a interrogantes tan terrenales y prosaicos. Pero el mal, es decir, la especie humana, ha seguido existiendo, haciendo y comportándose del mismo modo, incluso hubo, y quizás todavía hay, para quienes el mal es el motor de la evolución de la especie; y puede que tampoco les falte algo de razón.