Música

En una conversación entre amigos alguien hizo un comentario sobre un tema del que probablemente sabía más que yo, cosa nada extraña, hablaba de las fábricas de intérpretes automáticos que son los Conservatorios de Música, miles de chavales adiestrándose en aprender, memorizar y practicar una serie de obras y modelos hasta conseguir interpretarlos con los ojos cerrados, sin pensar. Carne fresca para renovar los integrantes de tantas orquestas, nacionales e internacionales, de música clásica dispuestas para, año tras año, interpretar las mismas obras y los mismos autores; casi como si no hubiera pasado el tiempo.

Es más que evidente que muchos de nosotros no sabríamos vivir sin música, yo incluido, y su interés e importancia en cuanto a desarrollo personal, aprendizaje o mero disfrute y divertimento es algo más que necesario por las infinitas posibilidades que procura, tanto al cerebro humano como a nuestro propio goce; todo esto ni siquiera es discutible. Pero adiestrar niños de forma estajanovista hasta conseguir que interpreten y repitan, mucho más que de memoria, obras y autores denominados clásicos con tal de formar un diestro y numeroso remanente de aspirantes a rellenar los huecos que otros van dejando en las numerosas orquestas que existen en todo el mundo es una cosa muy diferente.

¿Cuántos de esos niños acaban quemados y expulsados de los conservatorios porque más que aprender y divertirse han de sufrir una interminable tortura practicando con instrumentos que con el tiempo acaban aborreciendo? ¿Cuántos son capaces de salir indemnes para luego dedicarse a la música de forma mucho más relajada y divertida, incluso vital?

¿Qué significado tiene hoy la música clásica? ¿Por qué se sigue interpretando -al margen de su aprendizaje como modelos- y en función de quiénes o qué intereses? ¿Está de algún modo relacionada con la población, con el presente, o sigue siendo un coto de exclusividad al que se accede por familia, educación y prestigio? ¿Existe un progreso, evolución y proceso creativo -imagino que sí- en lo referente a la llamada música clásica? Algo desgraciadamente intrascendente, más bien inexistente para el público en general, ya no digamos para esa casta abonada a salas de conciertos y opera -esos “templos de la música”- que gusta regodearse en los mismos temas y autores mientras se miran el ombligo entre el desinterés y la íntima envidia del resto de la población.

Cuántos de los miles de chavales que pueblan los conservatorios de música sienten la música en su aspecto creativo o divertido y no como mero proceso repetitivo, ad infinitum, de los temas y composiciones de un hermético repertorio al que se sienten completamente ajenos, sino directamente odiado.

Qué entienden estos niños y jóvenes por música, ya no digamos creación musical o mero disfrute, variando, curioseando e interpretando según su propio carácter y gusto. O más bien esa música con la que batallan diariamente es un encarnizado enemigo al que vencer una y otra vez hasta interiorizarlo como completamente propio. ¿Dónde está la puerta del placer y disfrute de lo aprendido? O eso viene luego, o nunca. Y no digamos enfrentarse al maestro, profesor o tirano de turno empeñado en hacer repetir y repetir procedimientos y temas de una música que al final acaba perdiendo el alma convertida en un proceso mecánico casi perfecto despojado de cualquier atisbo de humanidad. Probablemente se me dirá que si no hay esfuerzo y sacrificio no hay música, en principio de acuerdo, pero dónde queda el alumno, ¿tiene alma? o quizás se trata de otro cobaya de una prolija y minuciosa investigación mediante la que descubrir talentos a los que manipular y exprimir, casi hasta la extenuación, con la promesa de que ellos son únicos. ¿Exactamente en qué? ¿dónde quedan ellos?

Da escalofríos imaginar una sala de conciertos abarrotada de hambrientos y exclusivos entendidos dispuestos a triturar al menor error al incauto y presunto genio con el valor necesario para plantarse ante ellos e intentar hacerles felices en la renovación de su insano poder musical.

Igual todo esto va de que Julia Roberts se mee de gusto en un palco exclusivo tras escuchar la enésima versión de una ópera del siglo XIX. Después de todo las prostitutas también pueden tener cierta sensibilidad, sobre todo para alcanzar a otear mínimamente las cultas y exclusivas cumbres del poder. ¿Por qué no habría de ser así? ¿Entonces?

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