Garantías

Dice el dueño de una de las redes sociales más extendidas a nivel mundial que no traerá a Europa nuevas versiones de su IA -que vistos por dónde van los tiros y nuestra completa ignorancia e indefensión ante el potencial oculto de ciertos medios tecnológicos no deja de ser un momentáneo beneficio- porque desconfía del marco regulativo europeo, lo que, traducido al román paladino, significa que tal señor no desea que ningún organismo público analice o juzgue, en defensa y posible perjuicio de millones de consumidores y clientes europeos, sus productos y estupendas innovaciones, y, ni mucho menos, pueda exigirle garantías respecto a futuros daños si su avanzado software causa algún problema u organiza un desaguisado, siempre inesperado y traicionero, entre sus clientes y consumidores.

Es lo que ha venido a suceder esta última semana con la caída del sistema operativo de las ventanas a nivel internacional; da igual el motivo, si debido a una imprecisión, un error o un desajuste causado por una innecesaria e irrelevante actualización, modo habitual de vigilar y atar corto a clientes y usuarios, evitando con ello que se salgan del redil o caigan en la tentación de cambiar o utilizar medios propios o de la competencia para mejorar o ampliar sus tareas.

No existe ningún causante de las millonarias pérdidas económicas producidas entonces, ni una cabeza responsable por los perjuicios causados a usuarios y clientes, tampoco un lugar donde reclamar, ninguna garantía de la que responder y cumplir, ni espacio, físico o virtual, en el que formalizar una queja haciéndole ver al creador, propietario y dueño permanente del invento que no puede controlar y fidelizar a los usuarios, además de manipular a su gusto, sin ofrecer garantía alguna a cambio; aunque solo sea como una mínima responsabilidad comercial.

Parece ser que en Europa están algo más preocupados por sus ciudadanos, también usuarios y clientes comerciales -aunque tampoco la cosa es para tirar cohetes-, por ello los políticos y técnicos responsables de supervisar y dar el visto bueno a tanta y maravillosa innovación tecnológica como nos regalan intentan que los creadores y dueños permanentes se comprometan de algún modo con los resultados de la comercialización y uso de sus productos. Porque da la casualidad que los productos de software son los únicos que se comercializan sin ningún tipo de garantía sobre lo adquirido, con el añadido de que lo adquirido, que no comprado, jamás es propiedad del cliente, sino que este se compromete a pagar una especie de alquiler por disponer de una versión del mismo que deberá usar según unas condiciones tan estrictas, y estrechas, que apenas le dejan espacio para buscar o alternar con nada que no encaje de forma tiránica en unos mínimos de uso draconianos sobre los que el propietario último se guarda las licencias y permisos. Teniendo que conformarse el cliente, en caso de incompatibilidades, problemas o mal funcionamiento del producto con un lo siento que nada soluciona, la enésima reiniciación o una nueva actualización; o volver a la compra de la siguiente versión del mismo producto, por supuesto sin ninguna garantía de que lo adquirido haga nuevamente de las suyas, causando más perjuicios, además de las consabidas pérdidas de tiempo y económicas.

Por qué se admiten situaciones tan desprotegidas para una de las partes comerciales; porque, dicen, con ello se fomenta la innovación, facilitando la creación y desarrollo de nuevas tecnologías que al parecer colman los deseos de millones de usuarios y clientes dispuestos a dejarse la piel y el dinero por mostrar lo último de unos programas, modelos y aplicaciones que en el fondo nada aportan a las vidas de aquellos, todo lo contrario, más control, manipulación y servidumbre para capricho de marcas y diseños que sólo persiguen engordar cuentas de beneficios. Que en Norteamérica gusten de una completa libertad comercial que favorece el monopolio y destruye toda competencia, nada que ver con el libre mercado que dicen adorar y defender, no significa que en Europa deba hacerse lo mismo -aunque de hecho en muchas otras áreas sí se hace-; parece que por aquí hay más interés en preguntar y cuestionar si tales innovaciones no son en realidad productos que hay que vigilar por respeto a la independencia y autonomía personal del ciudadano y consumidor, así como por salud, tanto económica como mental y vital.

La completa desregulación que pretenden los señores de la tecnología sería algo así como la ley de la selva -pero sólo con un pequeño y exclusivo grupo de machos dominantes en la cúspide-; similar a la total desregulación económica que siempre han pretendido los grandes y ricos propietarios. Una especie de coto de caza mundial en el que unos pocos elegidos se dedicarían a abatir sin límite consumidores de todo tipo, desde grandes empresas a minúsculos realquilados.

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