IA

La sala estaba repleta de un público atento que no perdía detalle de la conversación entre los ocupantes de las sillas principales frente al auditorio. Cada autor daba su versión, u opinión, sobre su trabajo, sus comienzos y gustos, las dificultades, tanto técnicas como a la hora de encontrar una línea de trabajo satisfactoria y con futuro; las relaciones, tanto personales como sociales y profesionales. Las puertas que se abren o desgraciadamente se cierran, las oportunidades perdidas y cómo, en definitiva, tiene que apasionarte lo que haces y ser capaz de poner todo tu empeño en ello, a pesar de la siempre amenazante sombra del desánimo y su persistente presencia a punto de desarmarte en los momentos en los que peor estás, a un paso de decir basta y dejarlo definitivamente para dedicarte a no sabes qué.

El escenario son unas jornadas locales de dibujo y dibujantes que, para disfrute de propios y extraños, han contado con una numerosa asistencia que contribuía y participaba con tanto interés como entusiasmo. Un jarro de agua fresca en un mundo, el del tebeo, la historieta, el cómic o como quiera que cada cual lo llame, incómodamente situado en ese espacio intermedio entre lo joven y lo adulto. Conocemos de primera mano, si es que alguien aún lo ignoraba, el enorme trabajo detrás de cada imagen, historia, tira cómica o volumen, trabajo que en muchos casos el lector apenas es capaz de advertir tras el rápido visionado, lectura y disfrute de la obra que en esos momentos tiene entre sus manos. Lo que no impide que sea de agradecer que estos autores hayan decidido dedicarse a dibujar y con ello proporcionarnos un placer que, en primera instancia, conecta con la parte más básica, instintiva y emocional de las personas.

Horas de trabajo, borradores y proyectos fallidos que acaban en la papelera, dudas que no se concretan en un personaje o una historia creíble y consistente, palos de ciego y, al fin, un resultado que satisface y sobre el que trabajar, la recompensa a un esfuerzo y una dedicación con tan escasas recompensas, tampoco económicas. Solo unos pocos de los de autores que vienen desfilando por aquí pueden decir que disfrutan y viven de hacer algo que les apasiona.

A una pregunta del público respecto a cómo les afectaría a ellos y su trabajo la evolución de la inteligencia artificial (IA), la respuesta, o no respuesta, no puede ser más desazonadora. Algunos inciden en que la imaginación y la creatividad humanas no tienen fronteras, siempre habrá alguien deseando coger un lápiz y dibujar. Otros, en cambio, admiten con rostro severo que puede llegar a destruirnos por completo, hacernos desaparecer. Somos un raro vestigio de romanticismo provisto de lápiz, colores y papel -utensilios casi antediluvianos- esforzándonos por lo que una IA bien enseñada puede hacer en segundos casi gratis, o directamente gratis. Porque ya hoy cualquier empresa u organismo que pretenda confeccionar un cartel o una imagen publicitaria -en el caso de querer vender algún producto, e imagino que me quedo corto- puede hacerlo mediante una IA a la que previamente has venido adiestrando con una ingente cantidad de información obtenida sin esfuerzo vía internet, justo para que el resultado final sea lo que el peticionario pretende. Ninguna empresa, corporación u organismo público nos necesitaría para cartelería o proyectos de diseño, con acceder a lo que ya hay disponible o a cambio de una módica mensualidad si pretende proyectos más elaborados tendría completamente gratis lo que solicitara. El concepto de autor desaparecería, nosotros desapareceríamos, o nos convertiríamos directamente en outsiders, un grupúsculo marginal seguido y mantenido por frikis y raros; un divertimento del que no podríamos vivir porque estaríamos directamente fuera de cualquier tipo de comercio o intercambio.

Estas jornadas, esta convocatoria, las reuniones de profesionales, aficionados y curiosos; las conversaciones, las preguntas, los descubrimientos, el necesario, fructífero y en muchas ocasiones iluminado intercambio de opiniones y pareceres llegaría a desaparecer; es cierto que también los recelos y las envidias. No necesitaríamos vernos, hablar y compartir porque la IA lo haría todo sin nosotros a cambio de nada. Bueno, a cambio de la correspondiente suscripción al propietario de turno, señor omnipotente gracias a la tecnología y los gigantescos ingresos por publicidad que su propagación y uso generaría. Pero no solo en lo referente al cómic, cualquier acto de creación por parte de un individuo de carne y hueso perdería valor ante el desinterés y la desidia general. Las creaciones humanas prácticamente quedarían en manos de tres o cuatro megapropietarios de variantes de una IA omnipresente que controlaría todos los aspectos de la creación artística de la humanidad.

¿Realmente nos damos cuenta de lo que hay si no somos capaces de un control y regulación del monstruo?

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