Familiar

Familiar es un término que nos hemos habituado a escuchar y leer al que probablemente cada cual pone un significado que, por supuesto, puede que varíe según la persona, el contexto y lugar, y entre algunos de aquellos las diferencias sean más que apreciables. Como no recuerdo el momento o la persona, o personas, que, con tal de facilitar la comprensión evitando confusiones innecesarias, se hayan ocupado de clarificar públicamente qué se entiende, o puede entenderse, por familiar en según qué situaciones o discursos. Un término que tomado de ciertos medios y espectáculos más bien se parece a algo básico y accesible hasta la intrascendencia, sexualmente aséptico -más bien inexistente; aunque no sucede lo mismo con la violencia-, fácil y cómodo hasta la irrelevancia y tan repetitivo como insustancial, o tremendamente aburrido.

Mirando con lupa su uso el término familiar puede referirse al grupo como objeto o motivo de la expresión, charla o referencia, independientemente del contexto en el que se aplique y tratándose siempre de una agrupación física de personas en la que no existe un número fijo y definido de integrantes. Como también puede ser tomado, en concreto, como algo normal, corriente o sencillo -vamos a dejar natural al margen. Pero en ningún caso familiar, así lo entiendo, puede pasar a significar elemental, intrascendente, superficial, vulgar o monótono, ni siquiera feliz, porque se trata de una felicidad más bien boba.

Sería interesante organizar una encuesta pública preguntando qué entiende el personal por familiar, ya no como objetivo social o científico, solo por pura curiosidad. Saber si la palabra es entendida y cómo, así como las similitudes existentes y quizás hasta sus porcentajes, a la hora de ser mostrada públicamente como adjunto a cualquier medio o producto. Como también saber quiénes decidieron sobre ella y por qué se eligió y con qué intenciones; qué se pretende con la etiqueta familiar colgada donde quiera que podamos encontrarla.

Porque algo familiar también puede ser inteligente, curioso, arriesgado, complicado, difícil, discutible, desafiante, comprometido etc.; siempre respetuoso con las diferencias, es decir, jamás un término igualitario puesto que la familia no es un lugar donde impere la igualdad -ni hace falta porque sería contraproducente-, sino que el grupo se basa e impone unas relaciones de parentesco en las que existen las jerarquías y a partir de ellas quienes cuidan, protegen, enseñan y respetan y, por otro lado, quienes observan, obedecen y aprenden, sin tampoco dejar en ningún momento de respetar. Sin opciones de igualdad o reciprocidad, si exceptuamos las que obligan el tratarse de individuos distintos -proyectos, presentes, futuros etc., siempre diferentes- y, repito, sin en ningún momento olvidar el respeto mutuo que ha de imperar en toda convivencia, independientemente de las relaciones, caracteres, afectos o emociones.

Los únicos vínculos expresos en una familia, independientemente de los obligados por la sangre, meramente fisiológicos, son la convivencia, el cariño y el amor -que no siempre consiste en decir te quiero en nueve frases de cada diez.

Pero me temo que la etiqueta de familiar que podemos ver en objetos, lugares y productos de todo tipo tiene poco que ver con la familia y si con una serie de circunstancias y objetivos en los que las familias importan un pepino, salvo como unidades tan básicas como acríticas de consumo; más bien un grupo de sujetos completa e intelectualmente desarmados a los que inundar de bodrios zafios y repetitivos carentes de todo interés. Cuando una familia debería ser todo lo contrario, el seguro reducto en el que madres o padres adviertan a sus vástagos respecto, por ejemplo, a los productos con la etiqueta familiar en primer plano. Algo así como, mirad, chavales, precisamente esos productos, sea cual sea el medio en el que los encontréis, son los que jamás tenéis que ver ni aceptar, puesto que están confeccionados bajo la premisa de que sois en potencia unos catetos sin opinión, capacidad de crítica o juicio, meros receptores de broza con la que se pretende captaros, enredaros y manipularos; zanahorias ostentosamente envueltas tan blandas e inocentes, y peligrosas, como intelectualmente estériles. Como cualquier hijo deseado y querido vosotros estáis listos para metas más altas que un discurso mojigato, blando y fácil que en el fondo os considera, y también a nosotros como responsables vuestros, objetivos tan simples como acríticos, meros receptáculos sin nervio que solo saben sonreír bobaliconamente cuando engullen esa papilla anodina y repetitiva con la que pretenden conformarnos al tiempo que nos aleccionan para la siguiente andanada; con la malévola intención de atarnos física y mentalmente a unos criterios meramente consumistas. Porque en el fondo solo nos desprecian.

Claro, es más cómodo fijar una familia -como unidad de consumo- predefinida como un grupúsculo sin opiniones y valores propios, sin enfrentamientos, desafíos o problemas de aceptación, adaptación, integración, conflictos, discusiones -siempre tan necesarias como iluminadoras-, y respeto, mucho respeto, porque ni un adulto es un tipo un terreno yermo al que ya solo le queda sumar años hasta la muerte ni un niño es un imbécil con pocos años al que se puede, engañar, atrapar y despreciar como como si fuera una bola de plastilina que manipular y deformar a capricho, y no un individuo al que le queda todo por aprender y que, dependiendo del respeto y responsabilidad del adulto correspondiente, puede perder su propia vida convirtiéndose en la parte negativa de un despiadado y cruel juego de suma cero que lo dejará más inútil e indefenso de lo que vino a este mundo.

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